Columna


Fernández de Madrid

HENRY VERGARA SAGBINI

03 de febrero de 2020 12:00 AM

El próximo 19 de febrero, aquí en Cartagena de Indias, muy pocos recordarán el natalicio, hace 222 años, de José Fernández de Madrid, uno de sus hijos más ilustre y vilipendiado.

Seguramente el doctor Darío Morón, presidente de la Academia de Historia, y el doctor Moisés Álvarez, director del Archivo Histórico, mencionarán su nombre con respeto y consideración.

Por fortuna, el paso del tiempo sepultó el odio visceral de sus detractores, quienes jamás perdonaron su cobardía frente a Pablo Morillo, líder de la sangrienta reconquista de Cartagena.

Sin embargo, para la mayoría de los olvidadizos cartageneros, ‘Fernández de Madrid’ es solo un parquecito ubicado en el Centro Histórico, rebosante de seres anónimos y amores furtivos, desde los tiempos del cólera hasta el sol de hoy y el de mañana.

Recordemos que José Luis Álvaro Alvino Fernández de Madrid y Fernández de Castro, fue hijo del intendente del Ejército español, Pedro Fernández de Madrid y doña Gabriela Fernández de Castro.

Descolló por su sensibilidad e inteligencia, tanto que, a los 20 años obtuvo, al mismo tiempo, los títulos de médico y abogado en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, reconocido además como diplomático, investigador, poeta y aguerrido periodista.

Este ilustre y carismático cartagenero ocupó la Presidencia de la República en el primer triunvirato que gobernó, entre 1814-1815, las efímeras Provincias Unidas y, un año después, ante la renuncia irrevocable del presidente Camilo Torres, tomó su cargo, dispuesto a negociar lo innegociable con el ‘Pacificador’ Pablo Morillo, ante quien capituló, postrado de rodillas, evitando ser fusilado, como le ocurrió a tantos héroes de la heroica resistencia.

No se nos olvide que los reyes de España fueron implacables con todo aquel que pretendió arrebatarles un solo centímetro de sus territorios, conquistados a sangre, fuego, crucifijos y agua bendita.

Desde entonces, su fama de pusilánime hizo carrera hasta mucho tiempo después de su fallecimiento, el 28 de junio de 1830, a los 41 años, en Barnes (Inglaterra), devorado por los remordimientos y la pulmonía.

Es innegable, a Fernández de Madrid le faltó la arisca testosterona de los mártires cartageneros y, como tantos políticos que nos enlodan, le hipotecó su alma al diablo.

Pero nadie recuerda su aculillada frente a Morillo, hoy permanece intacto el sortilegio del parquecito levantado a su nombre, refugio inexpugnable de amores furtivos, como el de la bella Palmina Daza y el irreductible Florentino Ariza, allá en los tiempos del cólera.

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