El Congreso rara vez da puntada sin dedal y goleó hace 25 años al país y a los ecologistas legítimos, con la ley que creó las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR). Colombia se autoflageló; se disparó el cañón Armstrong.
Filostros fue un griego emprendedor y fino mecánico que vivió en Cartagena al finales del siglo XIX. Se enorgullecía de haber sido artillero durante las interminables guerras libertarias de su patria contra los turcos. Su acendrado amor por la libertad lo llevó a esfumarse un día con novia vestida y en la puerta de la iglesia, para no atarse con lazos conyugales. Pero eso fue más tarde.
El griego era parte de la renaciente Cartagena que se aprestaba a luchar, con el denuedo de siempre, por la Regeneración, legado de su insigne hijo Rafael Núñez. En un osado gesto, los rebeldes de los Mil Días se acercaron a la plaza fuerte para bombardearla desde la cubierta de El Rayo, frágil embarcación a la que le quedaba grande el nombre.
Las autoridades desempolvaron el cañón Armstrong, que el propio Núñez compró en Inglaterra y que, por su tardío arribo, no influyó en la derrota de Gaitán Obeso, en el sitio de 1885. Era un cañón virgen y se apeló a los talentos de Filostros, quién lo armó en el baluarte de San Ignacio, brillándolo diligentemente.
El Rayo entretanto merodeaba amenazante. Apenas quedó al alcance y en la mira, se ordenó disparar. El Armstrong reculó hasta desmontarse del baluarte y caer, causando estragos, contra los edificios de la plaza de San Pedro. Cosa peligrosa es la gran artillería. El cañonazo bicameral para entregarle a la comunidad el manejo del medio ambiente por intermedio de las Corporaciones Autónomas Regionales ha estado reculando que es un sálvese quien pueda. Son codiciados institutos con impuesto propio.
Los gerentes de las CAR le responden a Dios y los tribunales. Sus resoluciones son inapelables porque no hay autoridad superior. El Ministerio de Medio Ambiente aconseja, pero sin poder revocar. Nombrados por una junta directiva siniestramente clientelista, son de un cacique. La corrupción crece silvestre. Se especializan en la inmovilidad y el chantaje.
Al lado de la admirable devoción de servidores imbuidos del amor a la naturaleza y con amplios conocimientos científicos, se da cada pícaro, con consultor propio y obligatorio para redactar estudios de impacto ambiental, que son como el retroceso del Armstrong para entorpecer sanas iniciativas.
Las CAR son quisquillosos estados soberanos, anclados en la clase política regional que se las inventó. Con letal combinación de amenazas venales e inocencia ambientalista, amordazan el crecimiento económico. Se despachan una mermelada sacrosanta, bendita por la santidad ecológica de los que predican ya no la lucha de clases, sino las contradicciones del hombre con su medio ambiente.
La reforma se impone sin recular, diría don Sancho Jimeno, el héroe de Cartagena en 1697.
rsegovia@sillar.com.co
Comentarios ()