Dos siglos, dos visitas: Juan Pablo (1986); Francisco (2017). Esto me emociona porque soy una enamorada del papa Francisco, y como toda enamorada lo busco a tiempo y a destiempo. Para mí representa la clara figura de Cristo en la tierra. Habla nuestra propia lengua. Es como quitar de los ojos de una espesa bruma que nos impedía ver más allá de un plano muy tangible; bruma que envolvió a Cartagena en un letargo tóxico, hasta sumirnos en una profunda indiferencia. Ceguera, corruptibilidad y seducción.
Siento el deber de contarles algo quizá nuevo para algunos: nuestra arquidiócesis, en una labor titánica, desarrolla hace más de diez años los “itinerarios”, herramientas de trabajo comunitario, con sencillas indicaciones de cómo vivir con coherencia nuestra fe según la palabra de Dios. Así no más. Ya aquí teníamos el itinerario de “la esperanza” cuando el papa declara el año de la esperanza para la Iglesia universal. Dioscidencia maravillosa. Por eso lo recibimos con tanto júbilo. Y organizó, con la academia y gremios, la “Cátedra Francisco”, basada en la encíclica Laudato Si. El cuidado de la casa común, espacio de reflexión sobre nuestra ciudad y cómo la cuidamos o descuidamos.
Francisco, el hombre noble, el de palabras sencillas, ojos de abuelo, manos de madre, olor de santidad. Él sabe de Colombia, del narcotráfico, de la trata de personas en Cartagena, de la vanidad de un presidente, de las intenciones de las Farc; pero sabe más aún de la misericordia, del perdón y de la esperanza porque representa a Cristo y a la Iglesia.
Este santo vivo desea que la humanidad vuelva los ojos a Jesús. Él nos mandó a todos sin excepción, a ser profetas de esperanza. Le habla fuerte a los sacerdotes, los exhorta a hacer de la Iglesia “tienda de campaña”; a los políticos les dice que “frente a la tentación de la corrupción, no hay mejor antídoto que la austeridad moral”, que prediquemos con el ejemplo que “tiene más fuerza que mil palabras”. Tal como Jesús, no se le escapa nadie.
Entonces querida y pisoteada Cartagena: ¿cómo te preparas para este encuentro? ¿Tiembla de gozo tu corazón como el mío? ¿Antepondrás tu apatía y desamor y le permitirás al hombre bueno que en ti vive trabajar por una causa, la de levantarnos de entre los escombros de la pobreza espiritual y salvar al Corralito de los corsarios que nos robaron el alma?
Te invito a que prepararnos abonando el terreno espiritual. Ante el cielo y el mar, cuestiónate: ¿qué siembras hoy para recoger mañana? Si Francisco te pregunta: ¿conoces a Jesús? ¿Le has visto en tu camino? ¿Hablas su lenguaje de la verdad? ¿Qué le responderías? ¡Demos juntos el primer paso, antes de su llegada!
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