Cuando Jorge Román García, célebre ‘Historiador de Mecedora’, me contó los detalles de lo ocurrido en Cartagena el 9 de abril de 1948, después del insepulto asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, tuve que jurarle, mano en Biblia, que jamás revelaría el verdadero nombre del protagonista de aquel relato que dibujaba, con pelos, chismes y señales, la idiosincrasia de la sangre azul cartagenera.
Don Jorge, sobrino nieto de doña Soledad Román de Núñez, vivió sus últimos años en una accesoria al lado de mi casa en el barrio de Manga e, inmancablemente, me esperaba en las noches para contarme, desde el trono de su mecedora momposina, fabulosas y genuinas historias almacenadas durante sus noventa años, con una lucidez y picardía sorprendentes.
– Conocí al único abogado en el mundo que hizo, hasta lo imposible, para que lo metieran preso. El 9 de abril de 1948, Cartagena, como toda Colombia, era un enorme hervidero. Se escuchaban disparos por doquier y gritos de la turba embravecida, clamando justicia, huérfanos de aquel líder de acero y esperanzas.
El gobernador de entonces, José Gabriel De La Vega, decidió mudarse a la Base Naval, temiendo asaltos al Palacio de la Proclamación, y encarceló, preventivamente, a los jefes liberales Simón Bossa, Aníbal Badel, Chico Lengua, Domingo López Escauriaza, Romero Aguirre, casi todos miembros de la alta sociedad cartagenera, y así tranquilizar al presidente Mariano Ospina Pérez, asegurándole que, en Cartagena y Bolívar, todo estaba bajo control.
Menos a Saúl Recuero, de extracción humilde, abogado de profesión, gaitanista por obsesión, quien se creía, sin serlo, miembro del Directorio Departamental del glorioso Partido Liberal.
Aquel ingenioso e impulsivo jurista decidió trepar, a cualquier precio, las cumbres de la rancia sociedad cartagenera.
Recuero era una milimétrica mixtura de razas: porte y fortaleza del negro cimarrón, cabello y malicia indígena, modales y palabra endulzada de los aristócratas españoles.
Conoció fugazmente al ‘Caudillo del Pueblo’, a quien abrazó abriéndose camino a punta de empellones y codazos y, desde ese momento, consideró tener pleno derecho de pertenecer al Directorio Departamental, pero jamás lo invitaron.
Enterado de que, la cúpula de sus copartidarios estaba encarcelada, decidió entregarse voluntariamente en la misma guarnición, pero ellos se opusieron radicalmente.
Desilusionado, arrastrando su maleta, soltó una queja que aún retumba en la sede del Partido Liberal: “En esta bendita ciudad, hasta para que a uno lo metan preso el día del asesinato de Gaitán, tiene que pertenecer al Club Cartagena”.
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