Columna


Galatea y Galeano

CARMELO DUEÑAS CASTELL

18 de enero de 2017 12:00 AM

En la mitología griega las nereidas eran ninfas, hijas de Nereo. Galatea era una de ellas. Polifemo, un deforme cíclope se enamoró perdidamente de ella. Claro,

Galatea amaba a otro, un pastor siciliano, Acis. Un día Polifemo los encontró con las manos en la masa y celoso aplastó al atractivo novio con una enorme piedra. La leyenda nos dejó dos versiones: en una Galatea transformó la sangre de Acis en un río de aguas cristalinas en Sicilia; la otra versión dice que, antes de ser aplastado, Acis fue transformado en el mencionado río. En cualquiera de los dos casos el desenlace era apenas previsible: Galatea tuvo tres hijos con Polifemo. De ellos provendrían tres grandes pueblos: los celtas, los ilirios y los gálatas. Galatea ha inspirado a historiadores, escritores, poetas, pintores y escultores. Así, Ovidio escribió como la desbordada obsesión de Pigmalión por una estatua perfecta la transformó, con la ayuda de Venus, en una Galatea de carne y hueso con solo besarla.

“El triunfo de Galatea” es una hermosa pintura de Rafael, de hace más de 500 años. En un impresionante cuadro una blanca e inmaculada ninfa cabalga sobre una gran concha, a modo de carroza, tirada por dos delfines que ella domina con las riendas que sostiene con ambas manos. Su cabellera rubia ondea, cual bandera al viento, mientras un amplio manto rojo apenas cubre la parte inferior de su voluptuoso cuerpo mientras su desnudo torso se inclina suavemente. Ella mira al cielo para contemplar cuatro pequeñas figuras que, cual cupidos, circundan el aire blandiendo sus amorosas flechas. Entre tanto, a su alrededor, entre las encrespadas aguas marinas, varias de sus compañeras cabalgan sobre centauros, tocan trompetas o caracoles. El cuadro, lleno de luz, vibra de movimiento y es la representación del triunfo del amor platónico sobre el amor carnal. Rafael consiguió el movimiento continuo en su cuadro. Así, la ‘carroza’ parece moverse de izquierda a derecha mientras todas las líneas del cuadro convergen hacia el sublime rostro de Galatea.

Todo esto me vino a la mente por dos hechos: la dramática volubilidad en los amores y odios y las borrascosas refriegas de Santos y Uribe entre las encrespadas olas del mar de corrupción en el cual nadan unos y otros, ahogándonos a todos. Pero, además, por el increíble triunfo de Trump quien, con su rubia cabellera, cabalga sobre los delfines de la discriminación y la demagogia rodeado por sus electores convertidos en idiotas útiles. Los tres usan todo como trompetas de la muerte para destilar su veneno sin siquiera pensarlo antes. A los demás, como al sabio Eduardo Galeano, solo nos queda pensar con dolorosa esperanza: “Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados”

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