Columna


Genios invisibles

ENRIQUE DEL RÍO GONZÁLEZ

20 de septiembre de 2022 12:00 AM

No hay que confundir nunca el conocimiento con la sabiduría. El primero nos sirve para ganarnos la vida; la sabiduría nos ayuda a vivir.

Sorcha Carey

Solemos percibirnos como personas pensantes, analíticas, mesuradas y, si bien es posible que la percepción de algunos no coincida con la nuestra, el simple hecho de tener la capacidad de cuestionar permite celebrar la enorme satisfacción de la existencia, tal como lo planteara en su momento René Descartes con su ‘Cogito ergo sum’ o ‘Pienso por tanto existo’, lo que debe darnos por bien servidos.

No podemos negar que hay quienes cuentan con mejor suerte a la hora de pensar, los genios están por todos lados y no me refiero a los que se les ha reconocido esta innegable cualidad, Einstein, Newton, Borges, etcétera; sino al genio anónimo, al genio simple, al invisible, a ese que se confunde en el entorno, a quien pudo haber nutrido la filosofía popular con frases como que ‘Hay que cuidarse más de los amigos que de los enemigos’ o quien sentenció que ‘De eso tan bueno no dan tanto’, solo por dar un par de ejemplos sobre la abundancia de refranes que contienen verdades bien inspiradas.

También es claro que para pensar no se precisa mucho, pareciera ser algo intrínseco de la naturaleza humana, porque a pesar de los errores, que a los ojos de los demás nos definen de forma más clara y recurrente que nuestros aciertos, todos alguna vez hemos tenido por lo menos una buena idea y hemos dado en el clavo. Ahora, ello no en todas las oportunidades viene de haber sabido cavilar. El afán por reconocernos como seres inteligentes ha restado importancia a los instintos, queriendo racionalizar todo, incluso aquellos.

Algo en nuestro interior nos lleva a adoptar posturas que escapan a un ejercicio racional, pero que de alguna manera nutren al pensamiento previo a la ponderación, por ejemplo, la afinidad. Instintivamente reaccionamos de manera inconsciente a algunos estímulos que nos impulsan a sentirnos más cómodos con unas personas desconocidas que con otras, e insistimos en encontrar justificación racional al inexplicable fenómeno, cuando suele ser apenas cosa de la intuición.

Igual pasa con el sentimiento contrario, conozco a alguien que afirma solo desconfiar de tres clases de personas: la primera, de quienes de él desconfían; la segunda, de quienes aparentan; y, la tercera, de quienes abandonan a sus mascotas. Lo cierto es que por mucho que busquemos patrones y que estos lleguen a ser reales o justificados, la inclinación que sugiere sospechar de alguien precede este tipo de prejuicios, de allí lo importante que es hacerle caso a la intuición, a quienes las abuelas antaño solían denominar pálpitos o corazonadas y que cuando no se atienden, por lo general nos llevan a considerar que pudimos haber pensado mejor, sin embargo, no se trata de pensamientos, sino de instintos desatendidos.

*Abogado.

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS