Columna


Gerontocracia

ÓSCAR COLLAZOS

14 de septiembre de 2013 12:02 AM

“Sistema de gobierno en el que el poder está en manos de las personas de mayor edad”. Esta es la definición más sencilla de gerontocracia. Y aunque podría pensarse en los ancianos senadores, elegidos como consejeros vitalicios en la República romana, la gerontocracia colombiana no es más que una obstinación en el poder.

Aquí los ancianos de la política no se retiran a sus cuarteles de invierno ni se toman el tiempo para disfrutar de la sabiduría de los años o de la riqueza privada ganada en la cosa pública. Muchos vuelven a sus provincias a manejar el negocio clientelista y a ejercer el “cargo” de barones electorales de su partido. A menudo, no se mueve una sola hoja sin ellos.

Hace dos años me invitaron a un asado en un pueblo de los Montes de María. Me quedé maravillado con el aura de respetabilidad que rodeó la llegada de un anciano, escoltado por guardaespaldas y familiares. Todo el mundo corría a saludar al personaje, sentado ya en su silla de honor, altivo y de mirada desdeñosa.

El besamanos fue constante. Sólo lo había visto en las memorables escenas de El padrino, la película de Francis Ford Coppola protagonizada por Marlon Brando. Fue entonces cuando pensé que Don Corleone, el capo de aquella próspera y temible familia, era lo más parecido a un barón electoral colombiano.

A muchos nos llamó la atención la respuesta del joven director del Partido Liberal Colombiano (PLC) cuando, preguntado por qué se le había dado al ex senador Guerra Tulena el aval para su candidatura a la gobernación de Sucre, el cachorro y delfín respondiera que el ahora olvidadizo gobernador representaba la renovación de su partido.

Allá el joven Gaviria y sus relaciones con las agonizantes glorias de su partido. Algunos de sus exponentes, como el honorable Aurelio Iragorri Hormaza, dormitan aún en las bancas del senado de la República. Pero no es éste un privilegio de los liberales. Es un vicio del bipartidismo. 

El modelo colombiano de hacer política y amarrar votos en las provincias favorece el tránsito de la juventud a la ancianidad sin bajarse del legislativo. Cuando se bajan, son llevados a ministerios y embajadas. Por algo pertenecen a ese club especial llamado clase política. Las antiguas “jóvenes promesas” de los partidos llegan así a viejos como honorables, erigiendo el sistema de sucesiones familiares llamado delfinato. 

También los conservadores tienen sus ancianos durmientes. Ninguno tan solemne y bien peinadito como el senador Roberto Gerlein, barón electoral del Atlántico desde 1974. Y no es que Gerlein represente la “renovación” del Partido Conservador: es apenas la prueba de que en Colombia se puede envejecer sin soltar el poder.


*Escritor

SAL Y PICANTE

collazos_oscar@yahoo.es

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