Hay personas que nacen con infinitas cualidades; Jairo Vélez las encarnó casi todas, y no sólo porque la vida le sonriera, sino porque él supo aprovechar todos los momentos para construir su propia condición de vida que le permitió ser exitoso como persona, empresario, líder y, lo más importante, un miembro de familia y esposo excepcional.
Siempre en silencio y sin estar fanfarroneando, atento a todos, supo ponernos a cada uno en su lugar; con sus miradas silenciosas y una sonrisa disimulada, sabía enviar el mensaje que quería, y llegaba. Con humildad, a muchos de nosotros nos tendió la mano; las historias de su magnanimidad especialmente con quien lo necesitaba, son innumerables, muchas de ellas incluso quedan en el anonimato.
Fue un hombre intachable, bien lo sé yo. Creo que, como algunos lo han mencionado, Jairo encarnaba el típico cartagenero de noble estirpe, una combinación entre lo Caribe, lo español de alta alcurnia y lo sencillo del hombre común. Todos quienes tuvieron el privilegio de tratarlo pueden corroborar que a cada uno lo hacía sentir cercano y estimado, como a un miembro de familia.
Desde muy ‘pelaos’ compartimos gratos momentos. Como recuerdo hoy las noches de parranda en ‘la boite’ del Hotel Americano, en donde al sonar de la orquesta de ‘Toño y su Combo’ éramos, con Alfredito Morales, los bailarines del momento, porque hay que decirlo, Arturo Cepeda y Víctor Piñeros no sabían bailar. Tiempos en que la vida en Cartagena era adorablemente parroquiana y solidaria.
Épocas de nostalgia donde sentamos las bases de nuestra amistad. Aunque tomamos caminos diferentes en la universidad, seguimos encontrándonos en las vacaciones, y luego, como emprendedores, desde intereses diferentes, siempre nos unió el cariño e interés por nuestra Cartagena.
La vida se encargó, a través de nuestros hijos, de que nuestros destinos se volvieran a cruzar. A partir de esta relación, permítanme compartir con ustedes estas palabras para Jairo:
Hoy, además de todos los buenos títulos que tienes, yo te doy el de ‘mejor consuegro’ y por ello me da tan duro tu partida, y naturalmente me impone el reto de asumir con mayor responsabilidad la labor de ser doblemente abuelo.
Mi querido y muy especial Jairo, bien sabemos todos que lo que tenemos seguro al nacer es que algún día, tarde o temprano, la partida llegará. Hoy te tocó a ti, y como dice el vallenato de Rafael Escalona, “como me duele que él se haya ido, yo quedé sin Jairo y...”.
Espero que te hayas encontrado con Carlitos Otero y Pacho Cepeda, y otros amigos que partieron primero, y que estén disfrutando buenos momentos. Y, por supuesto, nos echen una manito para arreglar un poco las cosas en nuestra querida Cartagena. Allá nos veremos querido amigo y consuegro. Entre tanto, yo seguiré aquí velando por nuestras familias.
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