Columna


Hijos de la ilusión (y 2)

ROBERTO BURGOS CANTOR

08 de abril de 2017 12:00 AM

En un bar de escritores, en Quito, con la luna del Chimborazo en las ventanas, Juan David me relató una escena de infancia. La sala del apartamento era una cama franca. Flotaban los sueños y la última canción de Celia Cruz: dile a tu nuevo querer. Los amigos que no pudimos vencer el whisky de más, entre ambición y pernicie, quedamos en el azar de los consuelos íntimos. Sonó el timbre. Juan abrió, esperando al panadero, y se dio con el hombre alto, de blazer y pantalón gris, con la sonrisa que se ganó la vida, Álvaro Mutis preguntando por Arnulfo y Hernán Darío. El niño le tomó la mano, lo jaló hasta la sala y empezó a nombrarle los cuerpos entre los escombros de una noche infinita.

No era suficiente estar en el mundo, aún contradictorio, de los padres. ¿Qué comunidad amorosa sustituiría el rechazo a las formas sacramentales de unión? A la tradición antigua de ancianas preñadas que parían y viejos en conflictos con hijos que envidiaban o vendían derechos o sufrían las peticiones de la divinidad o engañaban. Entonces Juan David, remontó sangres hasta los abuelos. Los de Armero que vieron apagarse la lámpara bajo la corriente de barro y ceniza.

Otros, inmersos en el fracaso irredimible de la muerte, hicieron de la sangre una continuidad de vida, sin las obsesivas sin salidas de la venganza, del cobro eterno. Luz al padre oscuro. Así Iván Cepeda y sus construcciones políticas de justicia, reparación y el perdón, escurridizo, sin comprensión actual. O la hija de Carlos Pizarro, quien sigue el proyecto de su padre desde que dejó las armas.

Nombro a las herencias libérrimas situadas en los espacios públicos. Otras escupieron el esfuerzo de los padres y desaparecieron en las vergüenzas de la cárcel por falsificar billetes o robar o matar. Creyeron que la sabiduría de la vida consistía en la riqueza mal habida.

Una poderosa simiente avanza en la decisión de poner alegría, libertad, respeto a todos, en un país enfermo y abusado al negarle el conocimiento, la justeza de sus anhelos, la vida digna.

Cuanto el mundo de hoy agrega como retos fue asumido con valiente riesgo por los jóvenes que hicieron llevadera la soledad intelectual de estos padres que renunciaron a ser padres sin construir el candado de compañeros en una sociedad reventada y mentirosa. Pero, sí volverán los tiempos de la cometa. Lo hubieran visto: la hija de mi compadre, Arnulfo Alfonso Julio, estudió el medio ambiente, sueños de agua y viento, y luego de agotadora jornada en las islas, la vi bailar Sopa de caracol, como si la danza no estuviera acabada de inventar.

 

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS