Columna


Honestidad relativa

“Es ladrón el que roba millones, el que roba una cadena, el que se roba las bancas de un parque y es ladrón el niño que roba un (...)”.

SOCORRO RODRÍGUEZ

11 de mayo de 2019 12:00 AM

Hace algunos años llegando a la ciudad de Washington con un amigo que viajaba a EE. UU. por primera vez, íbamos saliendo del aeropuerto cuando muy sorprendido me preguntó: “¿Nadie nos va a pedir el recibo de las maletas?”. ¿Para qué?, le pregunté. “Por si nos estamos llevando la maleta de alguien más”, me contestó. Aterrada le cuestioné: ¿Por qué habríamos de querer robarnos la maleta de alguien más? ¿Con qué nos vestiríamos? Su cara de sorpresa ante la carencia de un guardia que verificara la buena fe de los viajeros, nunca se me olvidó. Sin embargo, la reacción de mi amigo estaba basada en la costumbre colombiana de presumir la deshonestidad de todos; nos revisan en las terminales de viaje, nos revisan a la salida de los almacenes y hasta en los edificios de oficinas debemos pasar por un escáner.

Desafortunadamente en Colombia convivimos con la cultura del vivo al punto de manejar la “deshonestidad relativa”. Es deshonesto el político que roba, pide comisión y el policía que extorsiona. Pero no es deshonesto quien ofrece coima o le paga el chantaje al policía de tránsito. Estamos tan acostumbrados a esta práctica, que en los círculos sociales contamos cómo nos pidieron el dinero por romper las reglas, cuestionando la inmoralidad del policía e ignorando que infringir la ley o pagarle a un agente no es lo correcto ni debe generar orgullo. La “deshonestidad relativa” que practicamos nos lleva a calificar el término de manera que solo se es deshonesto si cometemos un acto delictivo de mayor envergadura, si aparece en los medios o si nos afecta directamente. La realidad es que honesto es aquel que actúa rectamente, cumpliendo su deber y de acuerdo con la moral. Es ladrón el que roba millones, el que roba una cadena, el que se roba las bancas de un parque y es ladrón el niño que roba un lápiz en el colegio. El significado no cambia por la gravedad del delito. Ladrón es quien se apropia de la ajeno.

De igual forma manejamos la palabra honestidad. La calificamos de manera relativa al dinero y cuando tiene un efecto social. Pero resulta que estamos educando niños que piensan que ser vivos no es deshonesto. Seres humanos que crecen pensando que burlar las instituciones, hacer trampa, mentir para conseguir permisos y volarse los conductos regulares es lo correcto. Vivimos en una sociedad en la que la honestidad no es un valor que se atesora. Damos más importancia a la viveza, al oportunismo y a la capacidad de sacar beneficios sin importar a quiénes nos llevemos por delante. Somos permisivos ante el rompimiento de las leyes y valoramos los logros sin importar su camino. Estamos tan acostumbrados a prácticas deshonestas, que cada colombiano se abate diariamente ante la falta de honestidad generalizada.

Con una sociedad así es difícil salir adelante.

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