Columna


Impunidad criminal

DARÍO MORÓN DÍAZ

03 de febrero de 2018 12:00 AM

En un colegio de Medellín, una niña fue atacada por una compañera de estudio que con un arma cortopunzante hirió a la única defensora de la estudiante agredida. Afortunadamente las dos víctimas fueron rescatadas por la Policía y la niña herida llevada a un hospital. Estos casos donde los agresores son menores de edad son frecuentes en Colombia. El alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, intervino enérgicamente para que las agresoras sean judicializadas. En Colombia estos criminales deben ser juzgados como adultos y que no se les cobije con el hipócrita calificativo de: “son menores de edad”. El delito adulto se debe castigar como de adulto.

En otros países, incluso en Inglaterra y Estados Unidos, estos casos aberrantes se castigan con penas severas e inclusive con la pena capital.

En Inglaterra, en 1993, Jon Venables y Robert Thompson, ambos de diez años, escaparon del colegio para pasear por un Centro Comercial; ahí, se llevaron de la mano a James Bulger, de dos años, que inocentemente les dio la mano. Los infantes asesinos llevaron al más pequeño a las vías del tren y fue ahí donde ocurrió la tragedia. Le arrojaron ladrillos al pequeño, luego lo golpearon con una barra de metal; y por si eso fuera poco, le quitaron el pañal y lo torturaron con baterías eléctricas, luego lo arrojaron al tren”. Los dos asesinos fueron juzgados y condenados como adultos.

“Otro caso: Nathaniel A. cumplirá 19 años -dentro de seis-, los psicólogos examinarán su nivel de rehabilitación social en el centro de detención de menores en el que está internado y decidirán si puede quedar en libertad o si merece una condena a cadena perpetua, lo que en la práctica le obligaría a pasar más de veinticinco años en la cárcel por un delito de asesinato cometido cuando tenía 11.

Young Graham, de 14 años, tenía fascinación por los venenos y los químicos, y su familia comenzó a ser víctima de muertes extrañas. Primero su padre enfermó, luego su madrastra y su hermana cayeron en cama, todos compartían los síntomas de diarrea, vómitos y dolores corporales. En 1962, la madrastra de Young murió por envenenamiento. El asesino continuó haciendo eso con sus amigos y compañeros, hasta que fue capturado.

El caso de Medellín tiene un escenario vivido desde el momento que apareció el narcotráfico y el sicariato, los niños y jóvenes de las barriadas convivieron con esa vida de crimen y avidez por el dinero. En el país se entronizó la apología del delito inclusive con las narconovelas de los Capos, vistas todas las noches por la televisión. Debemos recordar la horripilante descripcion de “Rosario Tijeras”, proyectada en los cines, y así se fue deteriorando la moral de la niñez y la juventud. Por ello ocurrió la agresión de la niña en la puerta de su colegio. El alcalde de Medellín, al proteger a las víctimas, tomó la decisión correcta.

*Exdirector de El Universal. Académico de Medicina e Historia.

DARÍO MORÓN DÍAZ*

dmorond@gmail.com

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