Columna


In memoriam, una más

JESÚS OLIVERO

06 de noviembre de 2020 12:00 AM

El orificio parece pequeño, pero la sangre salta varias veces con un rojo carmín, a chorros, uno tras otro, hasta que deja de salir. Todos corrieron despavoridos. El silencio invade y la gigantesca mancha parece convertirse en sombra. Minutos antes, un hombre caminó hacia ella, la miró a los ojos y con un tiro en la cara, eliminó para siempre sus sueños, ideas, proyectos, y quién sabe cuántas cosas más guardadas en su cabeza, en su alma. No tuvo tiempo para el recorrido final sobre los momentos de la vida que suele hacerse en el último segundo. Recojámosla, lleva quince horas tirada. Su hijo mayor llegó hace horas y la abrazó con sus rodillas sobre el charco de sangre. La gente pensaba que los habían matado a ambos, el muchacho no quería moverse. Decenas mirando, preguntándose qué sucederá mañana, quién será la próxima mujer invisible. En su casa, el marido intenta controlar a sus hijos menores, no les permite salir a verla. Su madre, una anciana apenas acaba de enterarse. Entró en trance profundo, mira el techo, como si todo en su mente hubiese sido borrado. Casi treinta horas después, no hubo levantamiento oficial y tocó introducirla en el ataúd. En la iglesia, algunas mujeres lloran con cánticos milenarios, y quienes la acompañaron, decidieron encerrarse en sus casas de tabla. Aún así, el olor a muerte entra con los rayos del sol entre los calados. El miedo a las balas es tremendo. Todas sienten el pecho hundido. Las lágrimas no salen, la adrenalina está alta, comiendo como monstruo el dolor y la pena. La impresión es severa, no hablarán por semanas. Hoy, ni nunca, podrá ver a sus hijos o familiares. Tampoco podrá escribir una carta para insistir en que esa denominada megaobra ahuyentará a las gigantes aulladoras que migran desde el sur a visitarnos. Aún no comprendemos la importancia de tal evento. Los turistas tampoco volverán, y ante el abandono, la gente no piensa quedarse.

En este país de mamertos habladores de las mismas pendejadas, solo importa permanecer vigentes en el poder mientras las mujeres no tienen posibilidades. Reducida oferta laboral, salarios inferiores a los masculinos, y las que por encima de todo quieren aportar algo con la palabra, las matan. Aquí las caravanas y las vallas pululan apoyando a los caudillos. La masacre de las líderes, sin contar la de hombres, no amerita protesta individual o colectiva, ni siquiera un comentario en Facebook. Aparecer en los periódicos es suficiente, ya nos acostumbramos. Es más, ni la vicepresidenta se pronuncia para que dejen de matar a las mujeres. La suerte está echada, en este país ellas valen huevo y las masacres siguen su metástasis.

*Profesor.

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