La primera vez que leí sobre el ingenio de la escalera (en francés, “esprit de l’escalier”) fue en el cuento “Tripas” del escritor estadounidense Chuck Palahniuk. Allí se explicaba lo mismo que la Wikipedia atribuye a esta expresión: que la inventaron los franceses para referirse a ese momento en que se encuentra una respuesta certera pero ya es demasiado tarde para ofrecerla. “Usted está en una fiesta y alguien lo insulta”, escribió Palahniuk. “Bajo presión, con todos mirando, usted dice algo tonto. Pero cuando se va de la fiesta, cuando baja la escalera, entonces, la magia. A usted se le ocurre la frase perfecta que debería haber dicho. Ése es el espíritu de la escalera”.
Nuestra vida está poseída por este fantasma de las reflexiones tardías. Nada lo exorciza: ni la vejez, ni la inteligencia. En el mejor de los casos, estamos condenados a posar como hombres y mujeres sabios después de haber sido muy brutos o incompetentes. Mi esposa lo llama “ingenio de la regadera”, ya que sus meditaciones sobre lo que debió haber hecho y no hizo le llegan mientras se está bañando. Otros hablan de la lucidez del lavaplatos. Yo prefiero la metáfora de la escalera. Hay cierta belleza en aquello de bajar peldaños. Es como un descenso a nuestra conciencia, una forma visible de la introspección.
En su famoso manual de instrucciones, Julio Cortázar nos cuenta cómo deben subirse las escaleras. El autor argentino dedica trescientas ochenta y seis palabras a todos los pormenores del ascenso. No menciona, en cambio, lo que acontece al bajar. Tal vez porque eso le hubiera agriado el tono cómico de las “Historias de cronopios y famas” donde fue incluido el texto. Cortázar sabía, estoy seguro, sobre la acritud de nuestra estupidez empotrada en un pasado que no se puede cambiar y sobre la mezquina clarividencia que nos hace darnos cuenta de ello al retirarnos de la escena, bajando por las escaleras.
Cuanto más rápido aceptemos nuestra vocación para dilucidar ridículos irreversibles, mejor. Eso nos da poder sobre nuestro destino, como el Sísifo de Albert Camus que desciende sereno y está consciente de la piedra que tendrá que cargar por toda la eternidad. “Ampárate en los suaves ángulos de tu miseria, ponla en tu camino, ábrete paso con ella”, escribió el poeta Álvaro Mutis. Creo que habría que hacer algo parecido con nuestra capacidad para enmendar embarradas a destiempo.
La literatura es, en cierto modo, un resultado agradable de este proceso. Los escritores no sólo narran lo que ocurrió sino también lo que pudo haber sido. De manera que toda gran obra de ficción es un hijo ideado por el ingenio de la escalera de su autor. Ser escritor consiste en reescribir como aciertos estéticos los errores que hemos cometido en la vida.
*Escritor.
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