Columna


Invidencias

FIDEL A. LEOTTAU BELEÑO

29 de septiembre de 2018 01:02 AM

Una lectura a El país de los ciegos, ficción del inglés Herbert George Wells (1866 – 1946), escrita en 1904, nos llevó a un ejercicio comparativo con Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, de 1995, dos universos invidentes, pero opuestos.

Cuando leímos, del maestro José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, nos introdujo a una nueva forma de la escritura en donde eliminó los signos de puntuación; también con una simple coma, la mayúscula que indica cambio de intervención en el flujo de voces que se tejen en una polifonía singular, característica especial de esta novela: “(…) Luego dijo, Reconozco tu voz, Y yo tu cara, Eres ciega, no me puedes ver, No, no te puedo ver, Entonces, por qué dices que conoces mi cara, Porque esa voz sólo puede tener esa cara…”

El país de los ciegos se inicia con el arribo accidental de un hombre a un valle perdido de los Andes. La característica es que todos sus moradores son ciegos. Allí la visión no es necesaria y así han desarrollado una sociedad y una forma de entender al mundo. El protagonista se da cuenta que su vista es considerada una enfermedad, incluso, a petición de uno de los ciegos, considera seriamente sacarse los ojos para vivir como un ciego más, porque el vidente es un discapacitado. Allí el viejo dicho “En el país de los ciegos, el tuerto es el rey”, es cruel.

En el Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, se cuenta la historia de unos individuos, víctimas de una enfermedad que les hace perder la visión. Frente a los enfermos, prima la actitud del Estado y la sociedad; el infierno que los lisiados crean en su reclusión es parte de esta historia. La supervivencia física y moral del grupo es posible a la única persona vidente disponible. Deben aprender de nuevo, y en este caso la posesión de la visión es esperanza, de recuperarla.

Ver es sinónimo de normalidad. En “El país de los ciegos” la situación de los señalados se invierte. El ciego es el normal; el vidente, un estigmatizado. En el caso del “Ensayo sobre la ceguera”, todos son estigmatizados, no hay normalidad porque la sociedad sigue reconociendo como lógico al vidente.

Se ha dicho que un ciego, por serlo posee una audición privilegiada y se le robustecen los otros sentidos. Notamos en un capítulo del libro de Ernesto Sábato, Héroes y tumbas, que él los privilegia, como que los ciegos tienen un conocimiento que nosotros no poseemos, y lejos de ser inferiores, los pone en una situación de dominio respecto a los normales.

Nuestro Homero, el gran Leandro Díaz, a propósito de la ceguera,, siempre dijo que veía con los ojos del alma. Y lo magnificó en su dictum que el mundo conoció: “Dios se demoró en ponerle los ojos a mi alma, que no tuvo tiempo de darle vida a los de mi rostro”.
“Nuestro Homero, el gran Leandro Díaz, a propósito de la ceguera,, siempre dijo que veía con los ojos del alma”. 

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