El padre Javier Sanín era muy flaco y algo encorvado, como yo.
En la época en que trabajábamos en la UTB, cada mañana desfilábamos juntos por el campus buscando un tinto. “¿De qué hablarán este par de garzas?”, preguntó un día un estudiante al vernos pasar. Javier lo alcanzó a oír y luego me contó muerto de risa.
Los temas de nuestras conversaciones eran muchos: los alumnos, los profesores, los chismes de la universidad, la política, la familia, los viajes, las clases, los libros que estábamos leyendo y los talleres de mecánica donde nos robaban a ambos. Hablábamos de todo; él siempre con buen humor y, muchas veces, con sabiduría.
El ecosistema en que Javier respiraba a gusto era la universidad y, aunque era un analista político sagaz y un investigador social riguroso, la misión que adoptó con mayor celo y orgullo fue la de profesor.
Se quejaba, por supuesto, de los alumnos, pero los respetaba y apreciaba, y sabía inspirarlos a que se interesaran por la teoría política y por la historia y la política latinoamericanas del siglo XX.
Javier disfrutaba conversar con todo el mundo. Tenía lo que antes se llamaba chispa, que brotaba de su capacidad de observación de las personas y del ambiente. Una muestra de esa sensibilidad es el texto que escribió para despedirse de la UTB. Allí describía, en lenguaje muy pulido y con acento poético sin afectaciones, a los animales y plantas del campus que observaba cuando llegaba cada mañana.
Quienes lo escuchamos quedamos atónitos de que hubiera tantos seres vivos a nuestro alrededor en los que no habíamos reparado, y de que el padre tuviera de ellos una impresión tan sensible y afectuosa.
También tenía esa exactitud en la observación de las personas y de las dinámicas políticas. Su mayor felicidad, además de leer a los cronistas de indias, fue viajar por todo el mundo con su familia. Fue a todas partes y mantuvo hasta el final los ojos y los oídos abiertos a la gente, los paisajes y las ideas.
Fue un gran conocedor de las relaciones colombo-venezolanas y de la historia política de Colombia del siglo XX. De hecho, participó en varios de los procesos políticos fundamentales de los últimos cincuenta años y conoció personalmente a muchos de sus protagonistas.
En Cartagena fue un personaje singular y querido como pocos. Dejó la vida el 25 de diciembre a las 12:30 a.m. en su Medellín natal, mientras en el resto del país se celebraba la fiesta de Navidad. Hace mucha falta en la fiesta.
Las ideas aquí expresadas no comprometen a la UTB o a sus directivas.
*Fue profesor y Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, UTB. Actualmente profesor del Departamento de Humanidades y Filosofía, Universidad del Norte.
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