Columna


Jornada mundial del enfermo

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

16 de febrero de 2020 12:00 AM

La semana pasada celebramos la XXVIII Jornada mundial del enfermo, para la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. El papa Francisco nos dirigió un mensaje inspirado en el texto bíblico del Evangelio de san Mateo 11, 28: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré”. Mensaje que, en su contenido al personal médico y sanitario, y refiriéndose a la vida, no puede ser más oportuno para el momento que vive la Nación: “La vida debe ser acogida, tutelada, respetada y servida desde que surge hasta que termina: lo requieren simultáneamente tanto la razón como la fe en Dios, autor de la vida. En ciertos casos, la objeción de conciencia es para ustedes una elección necesaria para ser coherentes con este “sí” a la vida y a la persona”.

En toda la Arquidiócesis, clínicas y hospitales tuvimos celebraciones eucarísticas, ungimos a los enfermos, oramos con ellos, tomamos sus manos, secamos sus frentes, llevamos una palabra de consuelo y alivio mientras el Señor pasaba su mano sanadora por muchas vidas que hoy lo alaban y agradecen. Esta jornada ha sido el signo más evidente de que Jesús y la enfermedad son incompatibles. Donde llega la fuerza sanadora de Jesús, la enfermedad se retira, el enfermo recobra la salud y repara sus fuerzas.

Constatamos igualmente, en esta Jornada, que la enfermedad sigue siendo una de las situaciones que más nos perturban. En la enfermedad se revela nuestra impotencia haciéndonos consciente de nuestras precariedades.

No es fácil decir qué es enfermarse. Los médicos se niegan cada vez más a establecer fronteras precisas entre una persona enferma y una persona sana. Los esquemas sencillos se han caído. Hoy nos hablan de fases alternas, descompensaciones, bloqueos y regresiones de la energía vital.

Curarse no es tan sencillo como algunos piensan. Recomponer el funcionamiento biológico de nuestro organismo siempre será posible, pero liberar a la persona de todo aquello que bloquea su salud y estimular en ella las energías que le ayuden a crecer y devolverla a la vida... eso sí es verdaderamente curarse.

La intervención técnica y farmacológica de tantos especialistas es muy necesaria y sabemos que han logrado grandes prodigios. Pero mientras se reduzca a resolver problemas meramente fisiológicos siempre será parcial y limitada. Hoy necesitamos una medicina que se acerque a la cura integral de las personas.

La jornada nos deja algunos aprendizajes: nuestros enfermos necesitan de nosotros para recuperar el gusto por la vida; es urgente responder esta pregunta: ¿cómo hacer para humanizar el servicio técnico al enfermo, convirtiendo “la medicina de órganos” en “medicina de toda la persona”? y, tengamos presente que la salud no es un problema de técnicas sanitarias sino de personas. Quien vive de manera sana cura al otro y, como está vivo por dentro, despierta gusto por la vida. La salud se puede contagiar.

*Vicario de Pastoral de la Arquidiócesis de Cartagena.

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