Columna


Julio Machado: sanador de niños

HENRY VERGARA SAGBINI

06 de diciembre de 2021 12:00 AM

después de durísima y desigual batalla, a las 12:40 de la tarde del 15 de diciembre de 2019, en la UCI del Hospital Universitario del Caribe, el doctor Julio César Machado Guzmán, a los 82 años, se marchó con la foto de Ary, su nietecito, como pasaporte, más allá de las constelaciones.

Asdrúbal Miranda, Rodolfo Barrios, Belisario Solana, José Carlos Posada, César Vergara, Juan Montes, Daniel Vargas, José Correa, Edwin García y una bandada de médicos, casi todos forjados por el maestro agonizante, entraban y salían del recinto aferrados al último átomo de su aliento, procurando, inútilmente, mantener viva la esperanza de Sandra y Verónica, sus hijas adoradas, nacidas en el hogar con su esposa Gladys Mercedes Ripoll (q.e.p.d.), y de Lesvy Martínez Ramos, compañera inseparable en aquel tortuoso camino al final de la jornada.

Nacido en el brioso suburbio de Teorices (marzo 28 de 1937), crisol de la clase media cartagenera, se abrió camino gracias a la aquilatada educación pública impartida en el Liceo de Bolívar para luego doctorarse en Medicina en la Universidad de Cartagena-(1958-1963) y, finalmente, culminar su sueño en el Hospital Infantil de México, convertido en Pediatra.

Ejerció la docencia en la Universidad de Cartagena durante cuatro lustros, teniendo como escenario principalísimo al Hospital Infantil Napoleón Franco Pareja (Casa del Niño), su refugió aun después de jubilado, asistiendo a las sesiones clínicas con el mismo rigor del primer día.

Centenares de Pediatras, esparcidos por todo el mundo, pasaron por sus manos de orfebre, untando sabiduría y generosidad a cada palabra, inspirando a sus alumnos a alcanzar las cumbres más altas del conocimiento y el humanismo, como lo reconoce el doctor Hernando Pinzón Redondo, jefe del Departamento de Pediatría de la Universidad de Cartagena, director científico de la Casa del Niño. “Vean en cada paciente –afirmaba el maestro– el rostro de tu hijo o de tu hermano, fórmula infalible para eludir las fauces del mercantilismo”.

La última vez que hablamos salía molesto y adolorido de la Caja de Previsión de la Universidad de Cartagena, pero se detuvo mostrándome la foto de Ary Galindo Machado, hijo de Sandra, su único nietecito, a quien enseñó los secretos de su otra pasión: el dominó. “Nadie le gana ni siquiera los veteranos Álvaro Tinoco y Filiberto Guerrero ¡Ese niño es mi vida, mi alegría! Creo que –reflexionó el orgulloso abuelo– primero deberían mandarnos los nietos y después los hijos”.

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