Se me había olvidado que en La Boquilla celebran fiestas patronales.
Si no es porque Rafael Ramos, el director de la Corporación Cabildo y la Escuela Taller Tambores de Cabildo, me invita a que presenciara lo que él y sus colaboradores trabajan, todavía creería que las celebraciones de San Juan y del Pescador ya habían salido desde hace años de la agenda cultural cartagenera.
Precisamente, lo que busca la corporación de Ramos es que, tanto turistas como residentes, dejen de creer que las Fiestas del Pescador son conciertos de picó, ingesta exagerada de licores, riñas y atracos, en vez de un encuentro con las raíces más profundas del alma folclórica y artística de esa población del norte de Cartagena.
Desde luego, el slogan creado por la corporación se enfocó en ese cometido: “La Boquilla no es como la pintan. Ven y ayúdanos a colorearla”, haciendo alusión a los malos comentarios que, en los últimos años, se han esparcido en toda la ciudad, respecto a ciertos problemas de orden público que empañan a los boquilleros.
Ese día, en la enramada donde se desarrolla la pedagogía de la corporación, agrupaciones musicales de Cartagena y de diferentes partes del departamento de Bolívar, mostraron sus conocimientos en cuanto a tambores, guaches, maracas, gaitas, vestimentas, turbantes, cantos y danzas, todo compartido entre niños, jóvenes y ancianos, cuya sapiencia costumbrista obliga a tener esperanzas en una tierra seriamente diezmada por las acechanzas del “progreso”.
Ese sentimiento de esperanza también apunta hacia el deseo de que en el resto de las zonas rurales de la Región Caribe los campesinos se apropien de sus fiestas patronales, desde hace mucho opacadas por las salvajes corralejas, los conciertos de acordeón, las rumbas picoteras y el filo de la champeta.
De ningún modo tendría por qué pensarse que esos conciertos y esas corralejas deban eliminarse del todo. Ni imaginarlo. Pero lo que sí debe ocupar el primer plano es la puesta en escena de las genuinas manifestaciones culturales de cada pueblo, empezando por la música, las artesanías, la culinaria, la tradición oral y todo lo que se desprenda del imaginario ancestral.
Eventos de esa naturaleza hermanan a los pueblos. Y es eso lo que se siente cuando a los muchachos de la Corporación Cabildo se les ocurre convocar a soñadores de la cultura, en vez de llamar a grandes empresas del emborrachamiento masivo para que se llenen los bolsillos anegando de cerveza los espacios en donde debería exhibirse la producción formativa de la esencia pueblerina.
Supongo que Ramos y sus tambores no se conforman con actuar únicamente en el marco de las Fiestas del Pescador sino durante todo el año, para que cada edición tenga más fortaleza que la otra. Es decir, para ir coloreando de verdad los manchones grises que agobian a La Boquilla.
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