Recordé este cuento del cubano Virgilio Piñera viendo unas fotos donde la súper modelo Karlie Kloss exhibe sus fastuosas costillas para la revista Vogue Italia. “Sucedió con gran sencillez, sin afectación”– se inicia este profético relato de los años cincuenta donde, movidos por una súbita escasez de carne, los habitantes de un pueblo entero deciden solucionarla alimentándose de hermosos filetes cortados de su propio cuerpo.
Emblemático de la crueldad y el sinsentido implícitos en nuestros rituales cotidianos, el auto-canibalismo de este cuento es también un comentario sobre la relación íntima entre individualismo, consumismo y auto-destrucción.
Piñera retoma el mito del caníbal, prolífico en la imaginación latinoamericana. La supuesta existencia de salvajes que comían carne humana sirvió en principio de justificación a la empresa colonizadora que asesinó, secuestró, esclavizó y consumió hasta la muerte a millones de indígenas y africanos. Más recientemente, el caníbal ha sido emblema de resistencia, y/o símbolo, ya no de los bárbaros a civilizar, sino del salvaje capitalismo de los conquistadores, ávidos de carne fresca para extraer y sembrar los bienes que saciarían el hambre de novedad y riqueza de los europeos.
Siglos después el hambre real, física, de nuestras mayorías persiste, y son esas las gentes que se siguen consumiendo en horarios extendidos por ganancias miserables para alimentar la gula insaciable que el capitalismo cultiva: hambre de aparatos y zapatos que nos extingue, sin aviso, la voluntad.
Al volver el canibalismo contra sí mismo, Piñera revela además la complacencia en la autodestrucción que el consumismo alimenta. ¿Qué mejor ejemplo contemporáneo que la anorexia? Aunque el de sus protagonistas es un viaje a la extinción propia y colectiva, tanto en el cuento como en las fotos de Kloss, se destacan la agencia y el entusiasmo de los viajeros. Cada cual corta y exhibe felizmente su pedazo de carne. El “raquitismo” deliberado de la modelo es, además de una cruel alegoría del hambre involuntaria de muchos (demasiados), el testimonio del deseo de tantos otros, excitados o identificadas con ese cuerpo desnudo y enfermo, que nos invita (y seduce) a consumir o morir, a consumir y morir.
No todas las prácticas de auto-canibalismo son tan evidentes. Habría que pensar en cómo nos atosigamos de comida para después comprar productos dietéticos y cirugías; en todas las industrias que devengan de nuestra propensión a la intoxicación; en todo lo que somos capaces de hacernos, a nosotros mismos y a los otros, ya no para comer, ni siquiera para disfrutar, sino para tener y ostentar; mientras la casa del otro se anega o derrumba; mientras la casa de todos se agota, llora y se sacude de nosotros. De hombres, mujeres y paisajes enfermos está lleno el mundo-mercado.
Nos impide ver y sanar la trampa más sofisticada del individualismo mercantil, que nos hace los mejores garantes de nuestra propia sujeción y nos desliga, para bien y para mal, de la responsabilidad mutua. Porque nos creemos ciudadanos de derecho, peleamos por la propiedad, por la libertad inalienable de comprar, de consumirnos, y de vendernos, sin cuestionarla aún cuando el producto somos nosotros mismos; sin preguntarnos qué nos quedará cuando hayamos cortado y comido hasta el último filete.
*Profesora e investigadora
nadia.celis@gmail.com
NOTICIAS RECOMENDADAS
Comentarios ()