La demora en la elección del alcalde atípico de Cartagena generó todo tipo de especulaciones, suspicacias, dudas y cavilaciones. Se sabe de grandes apuestas cruzadas entre el sector que aseguran que no habrá elecciones y los que, por el contrario, defienden a ultranza el cumplimiento del mandato legal y constitucional.
La versión sostenida por el sector más recalcitrante afirma que el presidente Santos le da largas al asunto, con la sinuosa intención de que se venza el plazo legal para elecciones y a partir de junio 30 quedar habilitado para nombrar a dedo el sucesor del renunciado Manolo Duque.
Este razonamiento, a pesar de ser teóricamente plausible, no encuentra asidero lógico cuando se confronta con las reglas de la moral y las buenas costumbres y, mucho menos, cuando se enfrenta al burro de carga que es el sentido común. Carece de juicio y lucidez imaginarse a todo un presidente de la República, a todo un premio Nobel de la paz, saltándose todo un ordenamiento constitucional y legal, para hacer una chambonería, cuyos dudosos beneficios jamás compensarían la mácula sobre su imagen nacional e internacional, cuidadosamente pulida durante tantos años.
Otros menos frívolos aseguran que las elecciones atípicas se mantendrán en un limbo de decretos van y decretos vienen, mientras que se logran amarrar algunos negocios y contratos de alto calibre para favorecer a ciertos grupos afines al presidente Santos. No se si seré muy ingenuo, pero honestamente, con todo y la corrupción que se ha destapado en este país, no me cabe en la cabeza la idea que, a la vista del país y el mundo, se tramen semejantes maromas electorales y contractuales, con el protervo fin de asegurar beneficios políticos y económicos a tan solo meses de terminar un mandato.
Por lo pronto, y en esto sí está de acuerdo todo el mundo, ya tenemos el primer perdedor: el pueblo cartagenero que, una vez más fue sometido a las veleidades del juego politiquero, clientelista, corrupto y de nuevo se ve abocado, como el estudiante “pesimorro”, a perder el año. Porque, no nos echemos mentiras, este período no lo salva nadie. Ya los primeros dos años se malgastaron en los vericuetos disciplinarios y jurídicos de la suspensión y posterior renuncia del alcalde Duque, y al que se elija en las atípicas, si es que las hay, apurado le quedará tiempo para posesionarse, hacer el plan de desarrollo y realizar tres o cuatro pendejadas, cuando ya se estará eligiendo su reemplazo.
Las atípicas de Cartagena se están convirtiendo en otro ‘cuento del gallo capón’, o quizá en una versión moderna del cuento del Pastorcito mentiroso y, por muy benévolo que seamos con el presidente y su ministro del Interior, tenemos que aceptar que los comentarios y las suspicacias han sido originados por la desidia y la falta de interés con que se manejó todo. ¿Por qué todo lo de Cartagena tiene que ser peleado?
Comentarios ()