Columna


La ciudad en el tiempo

“Sentir en forma simultánea la pertenencia y la extrañeza es propio de los inmigrantes que se han consolidado en un nuevo hábitat; en un país de regiones con marcadas”...

GLORIA INÉS YEPES MADRID

28 de febrero de 2019 12:00 AM

Sentir en forma simultánea la pertenencia y la extrañeza es propio de los inmigrantes que se han consolidado en un nuevo hábitat; en un país de regiones con marcadas diferencias geográficas y culturales es fácil experimentar este fenómeno. Así, por ejemplo, los cartageneros asentados en Bogotá son “cartacachacos” y en mi caso, con más de treinta años en Cartagena, es frecuente que me digan: “No niña, tú ya eres de aquí”.

La identidad personal es más densa y menos rígida cuando dentro de sí existen estos cruces de caminos y sensibilidades yuxtapuestas. Quisiera creer que se trata de una fortaleza que permite percibir mayores matices de la realidad, ayuda a desconfiar de los dogmas y prejuicios y abre con libertad a la novedad de la diversidad.

En lo exterior, la inserción en la comunidad receptora está marcada por los deberes de la diplomacia, ya que nunca se termina de ser del lugar donde no se ha nacido; esto se hace más evidente frente a cualquier comentario crítico que recaiga sobre la ciudad, que puede recibir con facilidad la descalificación de que quien lo profiere no es de aquí. Sin embargo, es el precio de la ciudadanía activa y de la pertenencia a un terruño que se ama por cuanto tiene de memoria, de vida vivida, de oportunidades y de sueños.

Mi ciudad siempre será la que me recibió en los años ochenta; cuando los árboles aún poblaban Manga y el Pie de la Popa y era posible salir de cine a media noche a caminar por las calles solitarias con los amigos que estrenaban juventud. Se trata de un ejercicio de la memoria que me permite mantener la esperanza ante los retos del presente urbano, que carga con los efectos de un crecimiento a costa de algunos bienes sensibles que no han sido reemplazados por otros de igual o mayor valor. También la ciudad es hoy más inclusiva, cosmopolita, diversa y plena de oportunidades; en especial para los jóvenes es un espacio con ofertas educativas y laborales inexistentes en el periodo de mi nostalgia.

El poeta Luis Carlos López escribió: “Y es que aquí hay mil cosas: inalámbrico/ -verdad, esto es verdad-,/ biblioteca, los bustos de unos mártires,/sábalo frito y sábalo/con bollo...”. ¡Esta es toda una ciudad! Las actividades y los usos en el espacio costero, las costumbres y el tejido de las relaciones conforman la historia de esta urbe. La exigencia para sus ciudadanos y sus líderes se encuentre en mirar estos hitos para cotejar con ellos el avance o el retroceso comunitario, mientras el tiempo en nuestros monumentos es una presencia tangible que hace evidente el impostergable deber de definición de los consensos imperativos de ciudad.

*Abogada. Doctora en Historia y Artes.

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