Columna


La corona del virus

CARMELO DUEÑAS CASTELL

29 de abril de 2020 12:00 AM

Entre la bruma de los tiempos y creencias, hace casi 6.000 años, algún necio se le dio por coronarse rey. La corona era un símbolo de dignidad, nobleza y poder. Sin embargo, durante milenios se convirtió en signo de dominación y represión con la absurda teoría de la designación divina.

En Siracusa, el pretensioso rey Hierón II le dio un lingote de oro a un orfebre para que le hiciera una corona. Terminado el trabajo, el rey, receloso como todo ricachón ambicioso, pensó que la corona podría ser falsa. La duda lo corroía y decidió llamar al famoso sabio Arquímedes. Luego de mucho devanarse los sesos en una tina, el matemático resolvió el enigma, salió desnudo gritando su famosa palabra ¡Eureka! (lo encontré). Luego tomó una pieza de oro, del mismo peso que la corona, la sumergió en una vasija de agua y midió la cantidad de agua derramada. Después hizo lo mismo con la corona. El volumen de agua que desplazó la corona fue menor que el del oro. Con ello determinó que la corona no era de oro puro y que el orfebre había robado. Aunque lo anterior parece más una leyenda, es evidente que el sabio sí describió su principio: al sumergir un cuerpo en un fluido sufre un empuje hacia arriba que es igual al peso del fluido desplazado.

Por estas calendas, hace 55 años Tyrrel descubrió una nueva familia de virus que tenía unas proyecciones a su alrededor que semejaban una corona. La catastrófica falla respiratoria, la disfunción de múltiples órganos y la inflamación severa han mostrado que la respuesta exagerada del organismo genera mayor daño y muerte que el mismo virus. Ahogada por millones de pacientes y muertos e influida más por las redes sociales, mitos y leyendas urbanas que por la evidencia, la ciencia ha usado y abusado de medicamentos y sustancias, lógicas y absurdas, para derrocar al virus y su corona.

Sabios, matemáticos y epidemiólogos hicieron cálculos y proyecciones para estimar el número de pacientes y ayudar a predecir las necesidades de cama y ventiladores. Sin embargo, unos y otros fallaron, los sistemas de salud fueron insuficientes y las predicciones se quedaron cortas. Independiente de la cantidad de fórmulas y cálculos, el sentido común diría que estaríamos venciendo la pandemia cuando las cifras de pruebas realizadas, seguimiento y mortalidad fueran mejores y cuando la mayoría de la población tuviera defensas. Hoy no sabemos si la inmunidad que produce el virus evitaría una reinfección y mucho menos si hemos controlado la situación. Sin embargo, la necesidad tiene cara de perro y las medidas de confinamiento se han suavizado con más ambición y temor al desastre económico que con criterio. Todo sugiere que el principio de Arquímedes nos llevará a un desborde absoluto y que deberíamos revisar el pasado como nos sugiere el sabio: una mirada hacia atrás vale más que una mirada hacia adelante”.

*Profesor Universidad de Cartagena.

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