Cuando somos niños es difícil asumir las responsabilidades de nuestros actos. Es apenas natural que esto suceda porque siempre estamos bajo el cuidado de una persona adulta y cada vez que nos vemos en problemas recurrimos de inmediato a la ayuda de adultos con mayor experiencia en cualquier situación de conflicto.
De hecho, los niños suelen culpar a sus hermanos e incluso a cualquier objeto por el miedo a que sus padres se enojen o a recibir un castigo.
Recuerdo con mucha ternura un video viral donde Noah, un niño de por lo menos 4 años, dice que quien pintó el espejo con labial fue Batman cuando se ve confrontado por su madre.
El curso natural de nuestro desarrollo indica que en algún punto de nuestras vidas nos damos cuenta que no siempre tendremos personas a nuestro alrededor que puedan ayudarnos con nuestras metidas de pata o con las consecuencias que acarrean cada una de nuestras decisiones. Es en ese punto de quiebre (que por lo general suele ser traumático) donde dejamos de ser infantes para convertirnos en personas aptas para vivir en sociedad con un sentido de la responsabilidad propia y característica de la madurez emocional.
Sin embargo, la mayoría de personas no logra llegar a este estado o, en su defecto, sigue por la adultez como si el mundo girara a su alrededor y la respuesta a las confrontaciones siempre llevarán a la infantil conclusión de que “el problema es todo el mundo menos yo” (tal como cuando se es niño).
Este comportamiento se ve amplificado y agravado en un contexto mundial en el que las tecnologías promueven el desarrollo de imágenes idealizadas y donde la máxima consecuencia por atentar contra la integridad de otras personas es el cierre o bloqueo de una cuenta asociada a uno de los tantos correos que podrías crear hoy en Internet.
Es importante aclarar que cuando hablo de “atentar contra la integridad de otras personas” no me refiero a la cantidad de excusas baratas que se inventan los llamados “generación copo de nieve” (“snowflakes”) que se ofenden por cualquier tontería para llamar la atención y sentirse moralmente superiores a los demás.
Facebook, Twitter, Google y Apple ya fueron llamados para responder preguntas sobre sus prácticas ante varios gobiernos del mundo. El resultado no fue más que la penosa evidencia de que hay una gran grieta generacional entre quienes gobiernan y los ciudadanos. No estoy diciendo que estas empresas no pueden hacer nada para alivianar y mejorar la convivencia digital con el fin de tener un entorno más “democrático” (por darle un nombre) y amigable con todos.
No obstante, ninguna de las medidas que tomen estas compañías darán resultado si no cambiamos nosotros primero.
Debemos sacarnos de la mente la idea de que el problema es Facebook, Instagram, Twitter, Google, Apple y un largo etcétera. Si mañana Facebook desaparece y empezamos a usar Tumblr, los mismos problemas se trasladarán a la nueva plataforma si no hacemos un cambio.
Parte del problema es que las personas tienen la percepción de que están interactuando con una máquina o con algoritmos cuando en realidad lo que hay detrás de una pantalla es una persona.
Asumamos nuestras responsabilidades como ciudadanos digitales y dejemos de lado la idea de que podemos ser jueces, jurados y verdugos de cualquier situación ajena a nuestra realidad para responsabilizar a quien se nos atreviese y de esta manera sacrificarlo sin miramientos. Basta de buscar culpables y asumamos la responsabilidad de nuestros actos.
Como dijo el escritor romano Publilio Siro: “No culpes al mar de tu segundo naufragio”.
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