Columna


La ecuación del perdón

MAURICIO IBÁÑEZ

28 de septiembre de 2023 12:00 AM

Perdonar desde el corazón es un asunto muy personal, y nadie sabe cómo va a reaccionar ante el dolor de una pérdida violenta de un ser querido por obra de criminales. No porque el Gobierno firme un papel con los grupos criminales las víctimas van a estar de acuerdo. La familia puede perdonar, pero librarse del dolor y frustración en el largo plazo no es tan fácil cuando sabe que el victimario no va a pagar por ello y puede seguir causando daño. Sicólogos estudian la materia con enorme interés.

El planteamiento de un perdón total que hace el presente gobierno estremece el conflicto más sensible de nuestra condición humana y lo resume en una ecuación matemática: la humillación de pedir perdón contra beneficios penales, sumada a la grandeza de otorgarlo, es igual a una menor criminalidad. Demasiado simple para tragárselo entero. La disyuntiva merece profundas reflexiones a todo nivel y estratos.

El problema con perdonar a los criminales es que hay una parte de la ecuación que no funciona cuando se rompe el magno derecho a la vida. Y no funciona porque confundimos el acto de perdonar, algo privado, con el acto de administrar justicia, algo de interés público.

En Colombia hemos sido bastante nobles en este aspecto. Nos hemos pasado la vida, como nación, matándonos, y perdonándonos, dejando todo impune, como si todavía creyéramos en el pecar y en el rezar para quedar empatados; pero con ese empate emocional que -suponemos- resulta, nuestra sociedad se ahoga con la certeza de que algo hace falta y los conflictos parecen perpetuarse. Es extraño que insistamos en el perdón sin que la contraparte se humille ante un castigo, y cumpla una condena regenerativa de su conciencia. En todos los casos que he visto de asesinatos en sociedades avanzadas, se observa a la familia de la víctima cuando salen del juzgado donde se ha proferido el veredicto del culpable. Todos hablan de algo en común: aunque no podrán reparar su dolor ni traer de vuelta al ser amado que ha sido asesinado, al menos sienten un poco de tranquilidad porque en nombre de esa víctima se ha hecho justicia, y la condena ha sumado a la protección de la sociedad.

Y ese es precisamente el problema del perdón total si no se mira con lupa hacia donde nos conduce esa política facilista: ¿Dónde queda el honor de la persona a la que se le ha arrebatado violentamente la oportunidad de vivir? La familia víctima aporta su dolor y su perdón, pero ¿qué aporta el victimario? No estoy seguro de si el arrepentimiento sin condena le basta a la sociedad para sentirse más segura.

Consideremos separar el perdón de la familia víctima de la administración de justicia. Proteger la abrumadora e inocente mayoría de la población es el objetivo común.

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