Columna


La edad de las ciruelas

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

11 de junio de 2017 12:00 AM

Con Freddy y Menchi, dos amigos muy queridos, suelo conversar con frecuencia de la edad de las ciruelas. Solemos recordar aquel momento de nuestra juventud en que recibimos una bolsa de ciruelas que comíamos con avidez, saboreándolas rápidamente y expulsando las pepas directamente con la boca. Hace poco nos percatamos de que, en esa bolsita de finales de los años 50, van quedando muy poquitas y nos deben acompañar hasta el final. Ahora somos pausados al disfrutar cada ciruela. Vamos “royéndolas” despacito, mirando para todos lados, entretenidos con ellas, sin sorprendernos mucho y procurando darle el verdadero sabor a la existencia. Las últimas ciruelas son la maduración de ese gusto por la realidad y la verdad.

Estas ciruelas, me han recordado a Max Scheler: “Cuanto más abigarrado, alegre, ruidoso y atractivo se hace el entorno, tanto más triste es, por lo común, el interior del hombre. Cosas muy alegres, contempladas por hombres muy tristes, que no saben qué hacer con ellas; tal es el ‘sentido’ de nuestra cultura del placer en las grandes ciudades”.

No sé si los jóvenes estén de acuerdo con Scheler. Lo que sí es cierto es que, a partir de la segunda mitad de la vida, no resulta tan alegre ir dejando atrás un año y otro para seguir la travesía de la vida. Llama la atención ver cómo muchas personas sienten insatisfacción y falta de entusiasmo por la vida. El descontento no proviene de ninguna causa en concreto. Se sufre por uno mismo, por la condición fugaz de la vida, por el paso del tiempo.

Lo cierto es que cuando se van acabando las ciruelas, se percibe el tiempo de otra manera. La edad poco a poco comienza a modificar nuestra relación con el tiempo. Nuestro futuro se encoge y el pasado se hace pesado. De la juventud solemos decir: ¡divino tesoro! Tal vez porque disponemos del tiempo sin límites. Pero, una vez que llegamos al ‘quinto piso’, el tiempo es una reserva que se va agotando sin remedio. No hay que cambiar calendarios, hay que reconocer que cada uno tiene fecha de caducidad.

Nuestra primera mitad de la vida es expansión y desarrollo. La segunda etapa de la vida es reducción y atardecer. No podemos vivir de la misma manera. Ya no somos jóvenes y la vida misma nos reclama un sentido nuevo obligándonos a redimensionar la existencia. Sólo así podremos comernos las ultimas ciruelas de manera sana.

Grave que nuestra sociedad no eduque para la segunda mitad de la vida, sino para la competencia y el éxito. Hoy, los jóvenes, al finalizar estudios, saben de todo, pero muy poco de la vida y de sus travesías. Y lo que es peor: no saben a dónde recurrir. Qué bueno poder seguir disfrutando las ciruelas que nos quedan desde la verdad última de todo, que es Dios.
 

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