“Al principio la planta era solo una pequeña rama ahí, sembrada al pie de la pared que daba sombra a la sala donde pintaba el maestro Jorge Elías Triana. En la calle Cochera del Hobo de San Diego, el viejo barrio de los jagüeyes. Con los días se fue convirtiendo en una hermosa enredadera que se tomó los balcones para regalarnos cada tres días una hermosa flor morada con la que Santiago comenzó a entender la belleza cuando no sabía siquiera que su próximo paso era gatear.
“Esa es la flor morada. Mira qué linda, le decía el abuelo. Y Santiago la miraba y la miraba. No le quitaba sus hermosos ojos negros de encima. Se la aprendió de memoria. Cada día, de mañanita, cuando Santiago sale al balcón, mira su flor morada, la señala con el dedito y dice: ñeñe, ñeñe. El abuelo le entiende. Quiere decir que la flor morada está más hermosa que nunca. Y que hay muchas, muchas flores moradas adornando su balcón y la pared del frente, donde vive Jose, el muchacho que lo saluda con un ¡hola Santiago! y que se fue para Estados Unidos a visitar a su papá porque no quería estar solo.
“La flor morada se cae cada tres días y llena la calle de color. Entonces Santiago ve la planta vacía y mueve sus manos sin decir ñe ñe, ñe ñe. Se pregunta silente: ¿dónde está mi flor morada? Le hace falta. En otras calles de San Diego también hay flor morada. Las Bóvedas, Santo Toribio, Tumbamuerto. Todas las calles deberían tener la suya. Solo hay que plantar una pequeña rama y toda la calle se llena de color morado. De vida. De belleza. De dulzura.
“Santiago es el más feliz con su flor morada. Con ella aprendió a conocer el milagro de la naturaleza. Ahora sabe que cada tercer día su balcón se convierte en una fiesta de color morado que se mueve con el viento que llega del mar, ese mar que se escucha majestuoso más allá, por encima de las murallas viejas”.
Esta nota la escribí para mi nieto Santiago como una pincelada en el periódico La Plaza, cuando su edad de meses apenas le permitía una oralidad que solo yo entendía. Era inquieto, observador, dinámico y la flor que alegraba nuestra calle de la Cochera del Hobo le entregaba una dinámica alegría que le permitía permanecer gozoso todo el día, sonreído y lleno de entusiasmo. Hoy sábado Santiago cumple años. Es ahora un espigado universitario que canta y toca el piano con la misma emoción conque saludaba a la flor morada en el balcón de San Diego. Como no puedo abrazarlo ahora por el obligado encierro de pandemia, de nuevo le regalo esta amorosa pincelada.
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