Columna


La gente firme

“Afuera de los silenciosos salones siempre ha habido una clase: la que enseña el valor de la resistencia y la importancia de la dignidad”.

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

05 de diciembre de 2018 12:00 AM

Ñòîéêèé ìóæèê, “el hombre firme”. Ése es el término ruso con el cual apodaron a un personaje de la película Bridge of Spies, estrenada en el 2015 y traducida al español como “Puente de espías”. Aquel largometraje dirigido por Steven Spielberg menciona la historia de una persona a quien la guardia partisana de la Unión Soviética golpeaba una y otra vez sin poder reducirla. Después de cada agresión, el hombre se levantaba del suelo y se mantenía en pie, aun cuando el golpe siguiente fuera más fuerte que el anterior. Al final, esa actitud lo salvó: los soldados pronto se dieron cuenta de que era inútil intentar someterlo y lo dejaron vivo.

Pienso en esta fábula de la Guerra Fría cuando veo cómo han persistido en su paro los estudiantes y profesores de la Universidad de Cartagena. Hombres y mujeres que, contra todo pronóstico, continúan protestando por el derecho a merecer una educación pública que esté a la altura de nuestros sueños. Sin importar que varios medios los llamen vándalos, perezosos o mamertos de medio pelo, siguen marchando con renovado entusiasmo y sus consignas permanecen intactas en el paisaje agreste de las avenidas. Nada parece hacerlos tragar sus palabras. Ni los arrebatos de la policía, ni los desplantes de altos funcionarios. Ni siquiera la cancelación del semestre, que es la más vieja y útil de las amenazas en tiempos de luchas universitarias.

A ellos toca observarlos con orgullo, porque son la gente firme de Cartagena. Por eso me sorprendo cuando escucho a personas decir que sólo son vagos que promueven el cese de actividades académicas mientras le exigen al Gobierno una educación de calidad. Incluso hay algunos que plantean unas paradojas ridículas: “quieren una mejor educación pero no quieren estudiar”.

A esos escépticos de la legitimidad de esta causa, les informo que el cese de actividades académicas nunca ha sido un cese verdadero. Afuera de los silenciosos salones siempre ha habido una clase: la que enseña el valor de la resistencia y la importancia de la dignidad. Más allá de las aulas vacías, los estudiantes pintan grafitis y murales de poetas que la hegemonía desea en el olvido, los docentes recitan sus propios poemas, ofrecen conciertos con sus nostalgias de épocas valiosas y organizan conversatorios sobre el legado de las marchas francesas y el peligro de la mercantilización de lo que no debería tener precio.

¿Quién dijo entonces que las actividades académicas habían terminado? Lo que se acabó fue la indiferencia. Con su lucha, los estudiantes y profesores de la Universidad de Cartagena nos están dando una cátedra de responsabilidad social. Es la pedagogía de los que no renuncian, hoy en día tan escasa en un país donde son pocos los que salen de su zona de confort para sudar la camiseta.

*Escritor

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