Parece increíble que después de tantos años esperando la firma de la paz con las FARC, en vez de gozar de tranquilidad y sosiego, el país está, según las encuestas, apesadumbrado y pesimista como si hubiese arribado una tragedia. ¿Cómo es que uno de los más grandes anhelos colectivos puede tornarse en factor de desunión y de temor?
No dejo de pensar en lo que debería ser este momento si no fuéramos un país esquizofrénico. Pensar, por ejemplo, que las FARC cesaron su violencia y se centran en organizarse como partido político para buscar el poder por vía electoral; es decir, lo que siempre se les exigió. O en que las fuerzas vivas y los grupos de presión ahora pueden expresarse de forma más abierta sin temor a ser calificados como subversivos; lo que siempre se esperó. O que pueden regresar agricultores y ganaderos al campo del que fueron despojados por el odio, el miedo y la sangre; lo que siempre se demandó. Pero nada de esto parecemos percibirlo las mayorías.
Por eso, y además de factores objetivos imputables al manejo de las negociaciones por el gobierno Santos, nuestros fantasmas reales e imaginarios salen ahora que no tenemos el válido argumento de la confrontación con los otrora alzados en armas. Le tememos a la incertidumbre de saber que lidiaremos con ellos en nuestros patios, empresas y gobiernos. Inquieta pensar cómo será sentarse a negociar cosas de la rutina de nuestras vidas con hombres gestados en profundos resentimientos o en la sangre; o de verlos gobernar desde el establecimiento municipal o desde el solio presidencial.
Y son temores legítimos: quienes prometieron renunciar a las armas hacen su mejor esfuerzo para convencernos que es ineludible que al llegar al poder, nos gobernarán bajo el fracasado sistema de la desdichada Venezuela; que tendremos que hacer ignominiosas filas para medio comer; o usar telas en vez de papel para limpiarnos; que quienes producen riqueza tendrán que emigrar porque serán vistos como malhechores; que quienes osen confrontar democráticamente al poder político, serán avasallados por el dominio eminente del Estado; en fin.
Y en el fondo no es tanto o sólo lo anterior, como el vislumbrar que de entre los políticos llamados a combatir con ideas las propuestas populistas pero convincentes del nuevo partido de las FARC, no habrá la casta suficiente para derrotarlos. Creemos que buena parte de los políticos de los partidos contrarios a las doctrinas comunistas son tan mediocres, que no tendrán la estatura para defender el remedo de democracia que, aunque preferible al modelo pseudo socialista de los vecinos, construimos a la sombra de viejas violencias.
*Abogado
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