Columna


La lección de Alejo Durán

“Tres años antes de disputar el título de Rey de Reyes en el Festival de la Leyenda Vallenata, Gilberto Alejandro Durán había dicho que jamás volvería a participar en ningún concurso de acordeón (...)”.

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

25 de septiembre de 2019 12:00 AM

Tres años antes de disputar el título de Rey de Reyes en el Festival de la Leyenda Vallenata, Gilberto Alejandro Durán había dicho que jamás volvería a participar en ningún concurso de acordeón. “A mí me gustaría que me desmigaje un buen músico, y no un jurado”, comentó en una entrevista radial. En ese entonces tenía sesenta y cinco años, una esposa y cinco hijos a los que les había prohibido tocar el acordeón hasta que no terminaran sus estudios. Habían pasado dieciséis años desde que fue coronado como el primer Rey Vallenato de la historia, título que se ganó a pulso compitiendo contra la autoridad legendaria de Luis Enrique Martínez y Emiliano Zuleta Baquero. De modo que el gran Alejo Durán no necesitaba a nadie que lo juzgara. Ya las décadas lo habían hecho con la sentencia favorable de un legado inmortal.

Sin embargo, el 30 de abril de 1987 el maestro había vuelto a concursar. En la tarima ‘Francisco, El Hombre’, cercado por el guacharaquero y el intérprete de la caja, Alejo Durán comenzó a tocar el “Pedazo de acordeón”. Era una puya de su autoría. A su alrededor, el público recibía los primeros pitos de la canción con una solicitud religiosa. Se rumoraba, entre expertos y aficionados, que la presentación era tan sólo un trámite para formalizar la leyenda en los hombros de aquel juglar. Entonces, cuando menos lo esperaban, la música se detuvo abruptamente. Alejo Durán miró por un instante a los jurados, luego se acercó a los micrófonos, abrió los brazos en señal de disculpa y dijo: “Pueblo, me he acabado de descalificar yo mismo”. El negro que toca, el que sí come notas, se había equivocado interpretando su propia composición.

Esa noche, Nicolás “Colacho” Mendoza fue proclamado el primer Rey de Reyes de la historia en medio de las trifulcas ocasionadas por la gente que pedía la corona para Alejo Durán. Tanto fue el escándalo que el jurado le ofreció una insólita segunda oportunidad. Pero el maestro la rechazó y prefirió repetir su “Pedazo de acordeón” como un cantante fuera de concurso. Esa increíble muestra de honradez terminó por enloquecer más a la multitud. “Yo he perdido una tarima”, dijo después Alejo Durán en una entrevista, “pero no perdí a mi pueblo, que era lo que me interesaba”.

Dos años más tarde, el 15 de noviembre de 1989, el maestro murió de un infarto. Su ataúd se paseó sobre centenares de manos como una barca solitaria en un océano de aplausos. Aquello parecía el cortejo fúnebre de un monarca. En la muchedumbre agradecida se comentaba que era el único noble sin títulos nobiliarios. Un rey de reyes implícito. Un negro de voz cadenciosa que aprendió que el pueblo se gana con la verdad, no con la corona.

*Escritor.

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