Columna


La licuadora educativa

MAURICIO CABRERA GALVIS

23 de enero de 2022 12:00 AM

Cuando no sabíamos del Tour de Francia, y lo máximo del ciclismo era la Vuelta a Colombia narrada por Carlos Arturo Rueda C., le oíamos decir con frecuencia: “Le están haciendo la licuadora”. Era una táctica en la que el líder tenía que salir a perseguir a un corredor, y cuando lo alcanzaba se escapaba otro, y después otro hasta que lo licuaban, es decir lo agotaban y lo dejaban rezagado.

Esa vieja táctica sirve para entender el fracaso de la educación como instrumento para disminuir la desigualdad en Colombia.

Colombia registra impresionantes avances en materia de educación, sobre todo la población de bajos ingresos, pero los índices de desigualdad no mejoran.

En educación secundaria la cobertura se multiplicó por 10 en medio siglo, pues era de solo 6.2% en 1951, aumentó a 36% en 1976 y a 70% al terminar el siglo XX y ha subido otros 3 puntos en lo que va corrido de este.

En educación superior el progreso es similar: en 1970 había 85.000 universitarios, que representaban el 3.9% de jóvenes entre 17 y 22 años; 50 años después, ya eran 2.3 millones, equivalentes al 52.2% de ese grupo etario.

En contraste el índice Gini, que mide la desigualdad de ingresos, era alrededor de 0.53 en 1951, y en el 2029 había bajado a 0.52; con la pandemia subió a 0.54. Mucha más gente con educación media y superior y la desigualdad ahí.

Una de las razones de tamaño fracaso es sin duda la falta de calidad y pertinencia de la educación, así como el apartheid educativo producido por la segregación entre colegios públicos y privados que analizan en el libro “La Quinta Puerta” investigadores de la Universidad de los Andes y Dejusticia.

Otra razón es la “licuadora educativa”, que consiste en poner metas educativas más exigentes que hacen inalcanzable el objetivo. Hace un siglo estudiar bachillerato era un privilegio para unos pocos que cuando lo lograban tenían acceso a los mejores empleos con buenos salarios.

Cuando los bachilleres empezaron a hacerse numerosos, se cambió la meta y se hizo necesario haber ido a la universidad como requisito para los buenos empleos. Se multiplicó entonces la oferta de universidades (varias de ellas de garaje y mala calidad) y los graduados con título manejando taxis porque para conseguir un buen empleo ahora había una nueva meta: se necesitaban diplomados, especializaciones e incluso maestrías para conseguir empleos bien remunerados. Y ya empiezan a exigirse títulos de doctorado en ciertas entrevistas de trabajo.

Esa frustrante realidad no implica abandonar los esfuerzos de tener una población mejor educada, pero si que las metas cuantitativas de cobertura no son suficientes. Es indispensable mejorar la pertinencia y la calidad de la educación pública o, mejor aún, acabar la segregación entre la educación pública y la privada, para acabar con esa licuadora que muele las expectativas de los estudiantes.

*Economista.

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