Caminando en un centro comercial de esta ciudad, me tropecé con la portada renovada de “La mala hierba”, de Juan Gossaín, la cual leí en los 80, después de haber visto la telenovela en blanco y negro.
Quería saber qué tanto se parecía el libro a la serie, pero en realidad se me pareció mucho más a “Cien años de soledad”, tal vez por la traza garciamarquiana. Quizás porque Genoveva de Miranda tenía el talante de Úrsula Iguarán; o porque el cacique Miranda actuaba como José Arcadio Buendía.
Ahora está nuevamente en el mercado, como un capítulo de la historia judicial y económica de Colombia, que no debe pasarse por alto. Sin embargo, estoy seguro de que muchos de los que pertenecen a mi generación recuerdan mucho más la serie, no solo porque era una de las pocas sagas con sabor caribe que lograban incursionar en la televisión de ese entonces, sino también porque estuvo bien hecha. Con un elenco encabezado por María Eugenia Dávila y Camilo Medina, logró ponerse tan de moda que a los muchachos se nos daba por imitar el acento pretendidamente costeño que usaban los actores cachacos.
El éxito de la serie estaba casi que predestinado, ya que no recuerdo que antes de ella se hubiera tratado en nuestra televisión el asunto del contrabando de marihuana, que en la década del 70 causó estragos en los centros urbanos de la Región Caribe. Cartagena no fue la excepción. Creo que fue esa la causa principal de que la música vallenata hubiera penetrado tanto en una ciudad que siempre les ha rendido culto irrestricto a los aires afroantillanos. Los guajiros (con sus Rangers y sus billetes) inundaron las emisoras del Caribe, hasta el punto de que sus artistas preferidos fueron capaces de competir en sintonía radial con las orquestas tropicales y los baladistas, que hasta ese momento fueron los reyes de la discografía colombiana.
Algo de ese poder estridente logró transmitir la serie, sobre todo en cuanto a las espectaculares parrandas llenas de whisky y de muchachas en bikini, en donde casi siempre las cosas terminaban en un cruento tiroteo.
Así pasó en la vida real. Tal como el cacique Miranda, muchos menestrales de estratos bajos se volvieron ricos de la noche a la mañana y empezaron a comprar viviendas en los mejores barrios de las ciudades costeñas, a cuyos propietarios les echaban a los pies una gruesa bolsa de dinero con el fin de que abandonaran el inmueble al día siguiente.
Tal como le pasó al turco Tanus, muchos de esos despilfarradores sin medida terminaron convertidos en los mandaderos del pueblo, cuando no recogiendo cartones y atrapados en la drogadicción que aprendieron cuando eran los magnates del bajo mundo.
Otros se salvaron de esa mala vida, por cuenta de la bala briosa que, a tiempo, los envió al otro mundo.
*Periodista.
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