Columna


La paz, carajo

ROBERTO BURGOS CANTOR

20 de mayo de 2017 12:00 AM

Ante la agitación de los días, algunos escritores volvemos a la pregunta sobre la identidad. Tal interrogante angustia cuando percibimos las maneras distintas de recibir, asumir, discutir, los hechos que influyen en la construcción no terminada del país.

Un pasado insepulto impide soñar y levantar el futuro. Las explicaciones de una anomalía así pretendemos encontrarlas en sentencias de antiguos gobernantes que se erigen en oráculos del desprecio, o la impotencia, o las ansias de un pedazo de mármol. O quienes se pretenden sobrevivientes del latín, repiten con solemnidad, interpretaciones de bromas de la literatura, como los de García Márquez o Borges.

¿Qué somos? Si acaso somos. ¿Qué fuimos? Si lo supimos. ¿Qué seremos? Si de verdad alienta un deseo.

Parecería que todo sirve para separarnos más. Entretenidos en el juego macabro de matarnos, nos encanta confundir, engañar, aprender trucos.

Los encuentros primigenios, sociedades de culturas diversas, fueron unificadas con la imposición de una fe traída, una lengua impuesta, y el inmisericorde despojo de cuanto tuvimos.

Después las fusiones violentas con quienes arrastrados a la fuerza, sufrieron la crueldad y las acomodadas clasificaciones espirituales.
Liberados del coloniaje, los procesos independentistas generaron más diferencias. Caudillos fracasados se conformaron con fechas y banderitas, himnos de rataplán, escudos con figuras que el implacable tiempo desmiente. Un canal que nos robaron. Un gorro. Un cóndor que se extingue después de arrancarle un dedo a Alejandro Obregón para que no lo pintara.

El hombre de la gloria dijo, aquí cerca, en la lucidez dolorosa que ofrece el Caribe: si mi muerte contribuye. Y nada. La muerte sí contribuye a la soledad de los vivos. Pero aún no lo dejan descansar en paz. ¿De dónde ese vicio de confundir la historia que sucedió, su inexorable límite temporal, con un designio que amarra el posible futuro?

Parece que tantas dificultades no resueltas nos hacen aptos para ser continuistas de los empeños fáciles, odiar, vengar, lucrarse, sin escrúpulos para los privilegios, activistas del interés personal.

Un escrutinio de los días, a lo mejor muestra una incapacidad para rodear y apoyar las empresas grandes, generosas, de virtud evidente que con su bondad unen, llaman al futuro.

Así la paz.

Pero no: a pelear por los tres pesos, el subsidio. ¡Jerarquiza compadre!
*Escritor

BAÚL DE MAGO
reburgosc@gmail.com

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