Cuando mi santa madre dio a luz a mi hermana menor, el mundo estaba convulsionado por la inútil y asesina segunda guerra mundial. Nosotros escapados de la tragedia napolitana cuando se soportaban bombardeos intermitentes que destruyeron barrios enteros e infraestructura portuaria e industrial, y miles de muertos.
Por idea de papá nos refugiamos en la casa de mi abuela a Velletri, cerca de Roma, pero caímos, como dicen, de la “padella” a la brasa, ya que unas bombas americanas destruyeron todo el barrio a los tres días de haber llegado.
Entonces nos tocó escondernos en pura “prima línea”, en la mitad de un campo de batalla entre las ofensivas de los gringos que subían y los alemanes que resistían, en una tierra de mi abuelo Salvatore comisionista de plantas ornamentales.
Muchas familias vecinas se refugiaron en unas grutas para escaparse de las vomitadas de bombas de los aviones aliados.
El abuelo tenía una super gruta donde almacenaba vino novelo y esta fue nuestra casa, recuerdo que yo dormía en un barril con mi papá, mi hermana nació en un bombardeo a tapete, el más letal del fin de la guerra, sin ningún problema, sin un rasguño, y fue entonces que mamá decidió nombrarla Rita, en honor de la santa protectora de lo imposible.
Setenta años después mi hermanita me visitó a Cartagena, y en una vuelta por el Paseo Bolívar ella misma notó el mercado de Santa Rita y me lo mostró gritando como una chiquilla orgullosa. Le expliqué a mi hermana que el mercado no era una obra común y corriente, era piloto de una descentralización que trata el POT para la creación de mercados móviles, que la inversión había sido jugosa, más de 15.000 millones, ¡quince mil millones de pesos, sí señor! Pero con la vocación a la polarización que tenemos los colombianos hay dos partidos enfrentados que impiden la apertura del mercado que está listo.
Los ciudadanos preocupados e interesados, diría yo, se oponen afirmando que los mercados tradicionales no tienen nada que hacer frente a las grandes superficies de abasto; los que están a favor como Danilo Contreras, secretario de Agricultura de mi amigo Dumek Turbay, apuntan que: “En todas las grandes ciudades del mundo hay mercados tradicionales que son escenarios de cultura autóctona, desarrollo económico y conservan espacios para grandes superficies.
Sea lo que fuere se impone la puesta en funcionamiento del mercado.
No es aceptable que esta obra se convierta en un nuevo elefante blanco. Quiero recordarles que los elefantes no están en vía de extinción.
¡Ni los blancos!
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