La memoria es una de las facultades más preciadas del ser humano, no tenerla equivale a desdoblar nuestro ser aun gozando de la vida, pues, en la psiquis se compila todo lo que nos da sentido, justamente los recuerdos de lo vivido y aprendido en el recorrido por los laberintos misteriosos de la existencia. Esta es la razón por la que muchas personas sufren de amnesifobia o temor a la amnesia, extraviarla es igual a perderlo casi todo.
Fue en el año 1901 cuando el psiquiatra y neurólogo alemán Alois Alzheimer logró identificar en una paciente, Auguste Deter, un conjunto de síntomas y signos que complementados con un análisis cerebral post mortem originaron lo que hoy conocemos como mal de Alzheimer; una enfermedad neurodegenerativa caracterizada por la pérdida de las capacidades cognitivas, en especial, la memoria inmediata.
La OMS consagró el 21 de septiembre como día mundial de esta patología que ataca principalmente a los mayores de 65 años, es incurable y, además, la forma más común de demencia. Esta penosa condición trae complicaciones tanto en quien la padece como a los cuidadores y familiares. Ver evaporar las capacidades mentales de los seres queridos es una tragedia multidimensional, sentir que están sin estar, recordar lo que fueron y lamentar que ya no lo sean, deja océanos de lágrimas regadas en las esperanzas que se esfuman. El Alzheimer tiende redes tramposas en la que los desprevenidos cercanos caen con facilidad. El creer ingenuamente que ante la amnesia no vale la pena expresarles nuestros sentimientos, visitarlos, consentirlos, estimarlos y considerarlos, es el mayor engaño. No es posible pensar que son un ente sin alma para así evitar el desahogo afectivo que puede ser la única cura posible o por lo menos el mejor de los paliativos.
Las personas que sufren la patología lo olvidan casi todo; pero nosotros, sus deudos, no. Quizá sea difícil que nos reconozcan, aun así, no podemos permitirnos dejar de lado el inmenso amor que sentimos y mucho menos lo que ellos han representado en nuestro mundo. Aquel momento de aflicción resulta propicio para la solidaridad y entrega. Ahora lo sabemos, las circunstancias generan todo un ardid perverso que puede llevarnos a la amnesia sin perder la memoria, donde no hay ausencia de recuerdos, pero sí de ternura, cariño y gratitud.
No ahorremos el amor, derrochémoslo, nuestra familia lo requiere. Refréscale la memoria con ternura a quienes lo necesitan, así sea por un segundo su mirada te dirá mucho, se sorprenderá, sonreirá y después olvidará. Ese breve lapso de lucidez será una eternidad feliz para quien se fue sin irse, revívelo siempre que puedas, son instantes memorables que se anclarán vívidamente en lo más profundo del corazón.
*Abogado.
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