Columna


Las ambigüedades del nuevo presidente de Perú

OMAR ANDRÉS CARRASQUILLA LEÓN

14 de junio de 2021 09:55 AM

Los individuos practican a diario un deporte bastante popular: incurrir en los prejuicios y en las falacias. Es un ejercicio recurrente el tratamiento de temas y la definición de personas y procesos, sin contar con el contexto pertinente para evitar inconvenientes, y servir de plato fuerte en el menú de la desinformación tan frecuente en la actualidad.

En países como Colombia, es una práctica bastante común que sirve de insumo para la polarización política y el ahondamiento de brechas sociales generadoras de tensiones y conflictos como el actual paro. En Perú, un país dividido, con altos índices de corrupción y desgobierno, y un núcleo político alejado de la realidad y los territorios, acaba de ser electo como presidente Pedro Castillo Terrones.

En las redes sociales abundan las reacciones frente a su triunfo político. Expresiones como: “Otro comunistoide más que gana en la región”; “Un guerrillerazo que toma las riendas en el Perú”; “Los ricos ya andan comprando tiquetes para salir del Perú”, no son un buen abono para recoger los destrozos que expresidentes presos, condenados y sindicados han dejado en un país tan fragmentado como el inca.

Sin el propósito de invitar a aplaudir la gesta electoral del líder campesino de sombrero blanco, sin corbata y lápiz número 2 en el bolsillo, ni de mirar con recelo su proyecto político al que se le endilgan varias falencias y aliados con prontuario de corrupción, si es necesario analizar con la suficiente imparcialidad el fenómeno generado. Construir una percepción ecuánime siempre será un ejercicio sensato para evitar la polarización anegada en nuestra región.

Pedro Castillo que, hasta hace poco, solo tenía 3 mil seguidores en Twitter y que ahora puede llenar cuatro veces al Metropolitano de Barranquilla con sus seguidores, es un maestro de escuela rural, oriundo de las montañas de Cajamarca, región andina al norte del país, donde imparte clases hace 24 años. En 2017, su nombre hizo ruido como el carismático líder sindical de una prolongada huelga nacional de docentes que, luego de mes y medio, logró beneficios salariales para el gremio. Hoy, es a todas luces el nuevo presidente del Perú a falta de las revisiones electorales solicitadas por la contendiente derrotada Keiko Fujimori, representante de la derecha y de la élite capitalina.

En el plan de Gobierno de Pedro Castillo protagoniza el llamado a una Asamblea Constituyente para cambiar la actual carta magna por una que priorice la justicia social, la salud, la educación y la agricultura que, en términos de su partido Perú Libre, son los pilares para refundar una sociedad donde “¡no haya pobres en un país rico!”: grito de campaña en todo mitin electoral que se convirtió en el mensaje que despertó emociones en todos los recovecos andinos y barriadas de Lima.

Piensa gobernar con un sueldo de profesor, reducir el salario de congresistas y la nacionalización de sectores económicos con el Estado como regulador del mercado en una sociedad que considera, bajo su percepción, es inequitativo por el libre mercado. Pero es errado, como muchos vienen haciendo, relacionarlo con representantes de una izquierda progresista y contemporánea como Gustavo Petro, en Colombia o Ignacio Lula da Silva, en Brasil.

Pedro Castillo es católico y la religiosidad tiene una arista fundamental en su sociedad ideal. El enfoque de género y el matrimonio igualitario los desaprueba bajo preceptos bíblicos. En países como Argentina, el aborto y la eutanasia hacen parte de la agenda política de partidos izquierdistas, en el Perú de Castillo, seguirán prohibidos y penalizados. En esa línea, luchas reivindicatorias como el feminismo no tienen el eco necesario en su paquete ideológico.

Sin embargo, al remarcar dichas ambigüedades discursivas, no se trata de categorizarlo por su ideología de una manera falaz antes de medir al nuevo Perú en la realidad. Una nueva sociedad donde el pobre será tomado en cuenta y que ha sido lo que ha prometido a lomo de caballo en muchas veredas apartadas.

Su discurso despierta emociones en las castas más bajas de la sociedad, y esa será su principal carta frente a una mayoría parlamentaria en oposición. Extrapolado a Colombia, no es tan prudente asemejarlo con el proyecto político petrista, sino más bien a ciertas demandas contestatarias de los grupos detrás del paro que de lograr dirimir sus diferencias y cohesionar sus intereses, pueden convertirse en una alternativa política para los comicios presidenciales que ya tiene votantes potenciales en las calles.

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