Columna


Las del catálogo

ÁLVARO E. QUINTANA SALCEDO

03 de agosto de 2018 12:00 AM

Iniciando la semana, la ciudad recibía la noticia de la caída de la red de tráfico sexual más grande de la que se ha tenido noticia alguna.  A medida que avanzaba la investigación se sacudían las redes sociales. La preocupación era: ¿Quiénes son las chicas que comenzaron a salir en fotos y videos? ¿Quiénes están en el catálogo? ¿Quiénes serían las “Bendecidas y afortunadas”, “las que trabajan con la DEA” (con la de abajo), “las choloneras”, “las prepagos”, “las bandidas”?

Comencé a interesarme entonces, no tanto por “La Madame”, sino por las chicas. Hice un par de llamadas para ver quién podía conocer a alguna y que pudiera darme una entrevista con alguna del dichoso catálogo. El martes, a pleno mediodía me llamaron. Me cuadraron una cita en un centro comercial.

Al llegar, no pude fijarme en nada más que en su boca. El blanco resplandeciente de su diseño de sonrisa contrastaba con la infelicidad que reflejaba. Se notaba preocupada. Lo primero que me dijo fue: “Ha sido algo muy duro, muy difícil, la verdad es que yo soy una persona que trata bien a los demás, no me meto con nadie. Vivo en un barrio modesto, a una esto le llama la atención porque es una forma de obtener lo que siempre se ha querido”.

Me contó muchas cosas, pero me centré más en que me contara el asunto de cómo es la vida de ellas, cómo y por qué entran al negocio. “A mí me habló de la Madame una amiga, me dijo que estaban buscando niñas universitarias para atender extranjeros. Yo le dije: dale de una, a mi me interesa”.

El teléfono le sonó varias veces y mientras ella hablaba, yo la observaba. Se tocaba mucho el pelo, se miraba mucho las uñas. Tendrá por ahí unos 22 años, me dije. Al fondo comenzó a sonar un reguetón que ella no podía dejar de marcar con uno de sus pies.

“Yo estoy en el catálogo, pero no tengo mucho tiempo en estas cosas. Yo voy a la universidad porque me gusta estudiar. No pasé en la de Cartagena y mis papás no tienen para pagarme la carrera de comunicación en una universidad cara. A mí me toca trabajar en esto, pero a ellos les digo que vendo perfumes”.

Yo Seguía observándola. Poco la interpelaba. Me pareció amable, muy tranquila pero a la vez algo nerviosa. “Al principio me pareció algo muy bacano, -me siguió diciendo- lo tratan a uno súper. Claro que también están los que te tratan mal y tienes que obedecerles en todo para no pasarla maluco. Yo todavía no puedo salirme de esto, lo único que quiero es que mis papas no se enteren porque eso les rompería el corazón”.

Recogí todas las impresiones que necesitaba, pero que es imposible colocar todas en este espacio. Algunas lecciones nos quedan. Las redes de tráfico sexual tienen muchas ramas y raíces, cuya profundidad y extensión no podemos advertir. Otra cosa: ojo con las etiquetas. Tal vez hay una bendecida y afortunada más cerca de lo que creemos, debemos ser prudentes al asignar al cuerpo de la mujer apreciaciones comerciales o moralistas pues todos merecemos respeto.

La ausencia reiterada de autoridad en esta ciudad se siente más que nunca. Aún hace falta quien se ponga al frente de los asuntos de género y de creación de programas que rompan con la falta de oportunidades y las disfunciones que hay en el seno de la familia.

Es el momento para que se miren los fenómenos que envuelven a nuestros jóvenes con una mirada más humana. Urge articular a los grandes sectores de la ciudad: Gobierno, comunidad y empresa; en la búsqueda de acciones efectivas para detener los delitos sexuales. Cartagena es más que un catálogo.

En la mesa, ella se reforzó el maquillaje, se colocó una gorra y se despidió amablemente. Al fondo como una fatal coincidencia, sonaba el reguetón: “Si tú me llamas, nos vamos pa´ tu casa, nos quedamo´en la cama, sin pijama, sin pijama”.

Docente Universitario
alvaroquintana@gestores.com

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