Hace un par de años escribí una nota en la que aludí a Hannah Arendt como una mujer fascinante. Ese concepto no ha variado, entre varias razones, porque cada tanto vuelvo a ella para intentar comprender eventos contemporáneos. Esta vez lo hice tropezando entre hermenéuticas disimiles sobre las posibilidades del régimen que recién se inaugura en E.U., un país que Arendt aprecio sinceramente y al que llegó en 1941 luego de su azaroso exilio de la Alemania nazi.
En entrevista que ofreció un año antes de su muerte acaecida en 1975, Arendt sostiene que en E.U. no hay norte americanos auténticos, aparte de los aborígenes, los demás son ciudadanos “unidos por una sola cosa: Uno se convierte en ciudadano por la simple aceptación de la Constitución”. Y agregaba que la Constitución es un documento sagrado pues es el recuerdo único del acto de fundación “que reunió a un grupo de minorías étnicas, de regiones muy diferentes”, sin que ello significara anular esas diferencias. Concluye que en aquel país rige la ley y no los hombres.
Este concepto que causa tanta impresión en el pensamiento de la Arendt y que sin duda es motor del consenso constitucional norte americano, es el que mayormente está siendo agredido por el presidente Trump. Su objetivo es destruir aquel sentido de diversidad para hacer prevalecer su tendencia supremacista sajona, que a su vez es un fantasma que regresa de las profundidades de la historia de aquella nación para amenazar la Unión, como en la aciaga guerra de secesión.
Pocos habrían podido dudar de la fortaleza de los valores constitucionales heredados de los “padres fundadores”, como oran con insistencia los políticos gringos en campaña, a no ser por los resultados sorprendentes del pasado debate electoral. Más de 200 años de vigencia no es una tontería. Por eso el revuelo de las últimas semanas.
Pero hay razones más prosaicas que ponen en tela de juicio las posibilidades de Trump en el poder. En nota publicada en un diario español se lee que “el centro neurálgico de las celebraciones oficiales y privadas más selectas, que empezaron el jueves y durarán todo el fin de semana, es el hotel Trump International”, ubicado en una propiedad federal que fuera arrendada al actual presidente con anterioridad por suma equivalente a US 3 millones. Lo grave del asunto es que el contrato prohíbe expresamente alquilar el edificio a funcionarios electos.
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