Columna


Leyes y jueces

“Según estrambótica tesis quien introdujo el pecado no fue Adán, y mucho menos la madre Eva, sino “aquel” que prohibió comer de cierto árbol y al prohibir, creó la (...)”.

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

11 de mayo de 2019 12:00 AM

A muchos nos ha seducido en un momento dado, una oposición instintiva al poder, y sus símbolos. Llegamos a exclamar con irresponsable sabrosura que no es necesaria la autoridad, y el gobierno. Recordamos con simpatía aquel “prohibido prohibir” de los muchachos franceses que se concretó con un rechazo a las leyes que desde Hamurabi “oprimen” a la humanidad.

El combate contra la autoridad, y contra las leyes es muy antiguo. El cristianismo de los primeros siglos, durante algunas épocas del poder del Estado Romano y su prodigioso derecho, se presentó como una lucha sublime contra las instituciones. Sus actuaciones iniciales tuvieron la clandestinidad de las catatumbas como escenario. Se puede observar en los evangelios un tono combativo contra el legalismo judaico. En otras culturas hay diversos antecedentes similares.

Uno de los más hermosos pensamientos promovió la abolición de la ley a nombre del amor: la ley sobra si hay amor. En el Sermón de la Montaña se trata, implícitamente, de abolir los diez mandamientos. Si se ama al prójimo como a sí mismo, no son necesarias las demás prescripciones como “no robar”, “no matar”, etc. La formulación positiva del amor supera todo lo demás.

Marx en sus Manuscritos trata la idea de una comunidad donde la esencia del ser humano pueda desarrollarse. Una sociedad comunista dizque no necesitaría del Estado, ni del Derecho. Considera que todo derecho es, en el fondo, el derecho de la desigualdad, porque trata como iguales a individuos desiguales. La Utopía Marxista postula para el futuro una sociedad sin derecho. Se refiere al derecho en el socialismo como derecho de la desigualdad. Cuando ya no haya clases, funcionaría sobre una nueva fórmula: a cada quien según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades.

Más recientemente Gandhi con desobediencia civil, con una paciencia intemporal, una energía infatigable y una idea fija, logró la independencia de la Gran Colonia. La razón, que siempre ha sido absurdo sinónimo de fuerza, promovió guerras demenciales y desmesuradas. La hazaña de Gandhi fue doble: tuvo un éxito material con medios exclusivamente morales.

Según estrambótica tesis quien introdujo el pecado no fue Adán, y mucho menos la madre Eva, sino “aquel” que prohibió comer de cierto árbol y al prohibir, creó la posibilidad de transgredir. Cuando no hay prohibición tampoco hay transgresión. Pareciera que el culpable es el código, no el criminal.

Cuando la bella constitución de Rionegro fue expedida, Víctor Hugo la calificó de Ley para Ángeles. Ahora con crímenes que han conmovido al país se desconceptúan todas esas ideas de libertad extrema, de autoridades permisivas. Pierde presentación todo ese cuento que consideraba la naturaleza buena y lo artificial malo. Mientras, se proponen códigos “severos” y jueces “especiales”.

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