Columna


Libros para los niños

GLENDA VERGARA ESTARITA

01 de diciembre de 2017 12:00 AM

Si los libros hicieran parte de la cotidianidad de los niños, como los juguetes, el televisor, la bici y el celular, leer sería una actividad rutinaria que imprimiría en sus vidas el conocimiento del mundo y la alegre experiencia de explorarlo para descubrir lo que hay más allá de lo que aprenden en la vida, y que son esas historias que los invitan a usar la imaginación y a construir ideas y conceptos, aumentando su capacidad intelectual y verbal.

Quien se inicia en el hábito de la lectura en la infancia, no dejará de leer nunca. A través de un libro se pueden hacer excursiones inolvidables en el tiempo y el espacio, y encontrarse con realidades que incentivan los sueños y despiertan la curiosidad. Solo cuando un acto se realiza de manera repetitiva es como se convierte en costumbre y si los niños de diferentes estratos tienen libros en su hogar, y estos son vistos con la frecuencia de otros elementos que colman el ámbito de la casa, se establece familiaridad con ellos y se hacen necesarios para el resto de la vida.

Si a un niño se le lee frecuentemente, se le aficiona a la lectura y es muy probable que le espere el éxito académico y los aciertos en su vida laboral. Cuando las personas comienzan a leer desde pequeñas, desarrollan una habilidad lectora y otras destrezas cognitivas que las impulsan a leer siempre, a diferencia de quienes no lo hacen. Leerle al niño antes de que aprenda a hacerlo por sí mismo de modo autónomo es establecer con él un lazo afectivo alrededor del libro porque se le maravilla con un relato gráfico.

Smith F. afirma que “los ojos recogen las marcas impresas y las envían al cerebro para que este lo procese”. Las imágenes transmiten acciones de la historia. Son una lectura placentera que distrae y enseña a entender los textos. Esto los transporta a otros universos con lúdica y placer, y se les inculca la curiosidad, llave hacia el conocimiento. La experiencia de ser receptores de la lectura de otros hará que los niños de temprana edad deseen aprender a hacerlo a medida que crecen porque esa actividad de leer sin leer es un primer peldaño en la búsqueda de querer saber directamente lo que ocurre en esas páginas que el adulto tiene el privilegio de narrarle.

Leer a un niño en voz alta es iniciarlo en la afición de la lectura personal.

No nos cansaremos de insistir que se incluya el libro en la lista de juguetes infantiles porque divierte, distrae y educa. En Cartagena hay un incansable promotor de esa meta: el gran Martín Murillo, el conductor de la Carreta Literaria, que como un Melquiades de este siglo lleva el libro y la lectura a muchos rincones de Bolívar para que los niños pobres se asombren con un instrumento prodigioso de la magia, el saber y imaginación.

 

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