Columna


Lo que callan las teclas

“...Cuando el sol de Cartagena se oculta y la sombra se apodera del Parque de las Flores, las máquinas de escribir regresan a sus fundas. Se escucha entonces un silencio recóndito...”

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

18 de diciembre de 2019 12:00 AM

En el Parque de las Flores, donde los escribanos trabajan de siete de la mañana a cinco de la tarde, todas las máquinas de escribir tienen nombre de mujer. Algunas son más antiguas que el mismo parque y provienen de países tan remotos que sus dueños apenas si han visto en los mapas. Ellas ofrecen sus servicios sin descansar y, aunque viven rodeadas de plantas ornamentales, los hombres que las usan jamás les han regalado una rosa.

La Olympia Carina 3 en la que escribe Francisco Arias lleva tres años llenando contratos de arrendamiento y declaraciones de renta. Fue ensamblada en Japón en 1980 y sus partes metálicas emiten un sonido agudo y tintineante como el de una lata de atún. Se trata de su acento asiático, dice Arias.

Cerca, a unos dos metros de distancia, la acompañan una Silver Reed 200 que elabora tutelas y una Madosa 6000 que redacta derechos de petición. Juntas llevan a cabo una labor honrada que los nostálgicos y los ancianos le niegan al computador. Sin embargo, hace dos años la Olympia Carina 3 trabajó al lado una Sankey 2000, también de Japón, que falsificaba documentos de identidad y libretas militares. Su dueño era un desconocido que se infiltró en la asociación de escribanos y que luego huyó sin dejar rastros.

La Remington Sperry Rand de José Noriega produce sus textos frente a la caseta de los girasoles y las astromelias. Su especialidad son los pliegos tributarios pero también ha escrito mensajes de amor. En una ocasión un hombre le encomendó la transcripción de una carta misteriosa donde se mezclaban frases apasionadas con referencias geográficas sin sentido. Poco después se supo que en la carta estaban cifradas las coordenadas de una ruta de contrabando y que, tanto el emisor como el receptor, habían sido capturados por la policía.

Entre pilas y pilas de documentos contables, la Maritsa 30 de Daniel Donado y la Brother Deluxe 1350 de Julio Bertel no han tenido tiempo para los novios. Solo una vez Maritsa 30 recibió el encargo de un muchacho que imploraba perdón a su esposa por haber sido infiel en la relación. A la Brother Deluxe 1350, en cambio, le tocó un poema desolador donde un amante no correspondido concluía: “Hay una puerta lista para que tú la abras”.

Cuando el sol de Cartagena se oculta y la sombra se apodera del Parque de las Flores, las máquinas de escribir regresan a sus fundas. Se escucha entonces un silencio recóndito. A esa hora en las floristerías empiezan a extrañar el traqueteo de los símbolos metálicos contra el papel vacío, cuyo ruido siempre recuerda a disparos de escopetas. Una guerra invisible, piensan. Una guerra del pasado contra el desdén tecnológico de las nuevas épocas.

*Escritor.

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