Columna


Los pantalones de Lola

WILLY MARTÍNEZ

19 de octubre de 2022 12:00 AM

Después de recoger unas cajas en el Terminal de Manga, el amante de Lola llegó en taxi al callejón de Los Besos. Robertico Padilla y su hermano Álvaro, a quien ahora le dicen Papo Lucca, se pusieron alertas.

Papo Lucca, al fin delgado, bueno para saltar paredillas y dotado de una vista sobrenatural, observó a Lola abriendo las cajas. Emocionada levantaba uno a uno los interiores de varios colores, diferentes modelos, todos especiales para despertar pasiones. “Te los traje para que cambies los pasados de moda que usas. Estos tienen hilos secretos que elevan la chispa del amor. En la otra caja están los jabones y las esencias, de acuerdo a la textura de las telas”, explicaba como experto el generoso amante de Lola.

Por el callejón de Los Besos, entre los adolescentes, se comentaba que Lola estaba estrenando. La gente mayor no entendía, la veían salir con sus acostumbrados jeans desteñidos e ir a la tienda de enfrente en “shorts” apretados. Por esos años, las mujeres compraban prendas íntimas en la calle segunda de Badillo, donde Abraham Dau, cuyo almacén tenía marcas más finas que su vecino, el popular Almacén Tía. Para adquirir exclusivos interiores importados, estaban obligadas a llegar donde Alba Lara en la cuarta avenida de Manga. Alba vendía variedades de productos, no había entre los vecinos pudientes quién no le comprara.

En esos tiempos no se contaba con secadora eléctrica, la ropa la colgaban en los patios. El de Lola exhibía los interiores que Papo Lucca conocía bien. Un día desde un patio vecino se metieron los ladrones y se llevaron la totalidad de los interiores de Lola. Enterado el amante llamó a la radio patrulla y puso al capitán Pimienta al tanto del robo. La policía prometió dar con los ladrones y recuperar las prendas íntimas. Pasado un tiempo, en los campos del Colegio de la Salle (hoy La Española), Papo Lucca observó que un pelotero al cambiarse el bombacho lucía uno de los pantalones de Lola. Sin preámbulos le dijo: “Oye man, ¿por qué usas esos pantalones de mujer?”. El pelotero contestó: “Vea cuadro, estos morunos son de mi mujer, yo me los acomodo con el suspensorio”.

Papo Lucca lo siguió hasta las lomas del barrio Nariño, estando el sol bien encendido. En patios desnivelados, entre muchos tenderetes y encima de unas láminas de zinc y el alambrerío, se secaban los pantalones de Lola. Papo le avisó al amante, la policía llegó y los recuperó todos. Al recibirlos, Lola los quemó en el patio de su casa del callejón de Los Besos. El amante no le habló más al Papo Lucca y lo miraba con mucho recelo. Siempre se preguntó: ¿Y este muchacho del carajo por qué conocía los pantalones de Lola?

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