Resulta irónicamente empalagoso que el sistema de salud pública te falle en tu propia cara cuando lo único que has hecho en tú vida sea esquilmar a ese mismo sistema de salud. Es como cuando te muerdes con furia a tu propia cola y luego tienes el descaro de preguntarle al vecino si la consabida masticada te dolió. Pues esa es mi historia: la de un politiquero cuyo pariente enfermó de COVID-19, y jamás olvidaré su evidente angustia, revuelta con macabra ironía, al tratar de encontrar una atención médica decente entre un mundo de podredumbre que él mismo ayudó a crear.
Robarle a la salud es de los peores delitos que embalsaman al código penal. El que roba a la salud y reza, jamás empatará, por el contrario, la indignidad de sus plegarías se ahogarán en el bajo mundo de las indulgencias proscritas. Por eso nunca olvidaré la huelga general de ratas que hubo en el país hace unos años -recogida con espanto en los medios de comunicación- cuando públicamente demostraron su indignación ante la insistencia humana en compararlos con los ladrones de la salud. El Tiempo, en su famosa entrevista a una rata albina, lo recordaba: “La huelga la definimos cuando leímos en este mismo periódico una frase lapidaria que disparó nuestra repugnancia y decía: ‘Las ratas robadoras de la salud, esconden sus actividades en la negación de la noche, mientras su remordimiento cuenta ovejitas para embolatar su conciencia y conciliar el sueño’. Esto ya fue el colmo”, sentenció la rata.
Las ratas se molestaron tanto que algunas decidieron inmolarse con fuego como los monjes budistas de los años sesenta en Vietnam. La rata albina terminó su entrevista con una petición: “Basta ya humanos. Basta de compararnos con los politiqueros robadores de la salud. Por qué no cambian el discurso y usan ahora a las cucarachas o los murciélagos, y nos dejan tranquilas”.
Independientemente de la opinión de las ratas, el robo a la salud -por su connotación implícita- debería tener unos procedimientos, prioridades y hasta penas diferentes en nuestro sistema judicial. Nuestro afán de comparar a los ladrones de la salud con algún animal del bajo mundo, no es más que el deseo de expresar la deshumanización de ese crimen. Y es que las ratas hacen su trabajo en complicidad con la oscuridad de la noche y cuando prendes la luz, todas corren a esconderse entre los huecos putrefactos de nuestra impunidad judicial.
Termino diciendo que el pariente del politiquero enfermo de COVID-19, murió ante la falta de instalaciones y equipos médicos. Macabra ironía.
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