Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

16 de septiembre de 2018 12:00 AM

Saliéndose un poco de la tradición política norteamericana, el expresidente Obama, en mangas de camisa y usando un lenguaje sencillo, decidió participar en la campaña que culminará, en menos de dos meses, por la renovación de la tercera parte del Senado y de toda la Cámara de Representantes, con el propósito altruista de que sus compatriotas voten por los demócratas para que Estados Unidos “recobre la cordura”.

Obama entiende que estas elecciones deben arrojar el contrapeso que urge la falta de cordura con que se dirige su país, que es el polo político en torno del cual gravita la suerte del hemisferio occidental. Ni más ni menos que la posición de los Estados Unidos en el mundo, su credibilidad y su poderío, para lo cual un cambio en el mapa parlamentario es fundamental. Allá se ha sabido y se ha podido alternar, con sazón patriótica, el juego oportuno de las mayorías siempre que el que manda no da la talla.

Como el problema es el retorno a la cordura, a fin de dejar atrás la opereta que comenzó el 20 de enero de 2017, la solución no es acostarse en un diván frente a Freud resucitado, ni tomarse dos o tres frascos de pepas tranquilizantes. Tendrá que ser un Congreso que no siga alcahueteando, por conveniencias partidistas, los arrebatos de un sociópata que se niega a reconocer su patología.   

La abundancia de “estrategas” republicanos expertos en elogios insólitos al señor Trump, estimula la contumacia recurrente del sujeto, descuidando el riesgo de que un disparate de los suyos provoque una guerra comercial o atómica o de armas químicas. Esa mala maña, además de deshonesta, es irresponsable y fue palanca de los temores del senador McCain, quien no se resignó a morir pensando en el deshonor que para su adiós definitivo suponía la presencia hipócrita de Trump.

El dañado y punible ayuntamiento entre Putin y Trump, a espaldas de una opinión que creía depositar un voto castigo contra la clase política representada por la señora Clinton, fue el recorte de perspectiva que tiene tambaleando a una estructura federal y democrática respetada por sus presidentes, menos por el chapucero actual. Solo devolviéndose de esa estafa bilateral que sirvió de anzuelo en los estados de la Unión que definieron la elección presidencial, se sacudirán los Estados Unidos del que pareció ser el último deseo de Osama Ben Laden: el aterrizaje de Trump en la Casa Blanca.  

No sé si la sicología social tiene receta para interpretar al presidente Obama, pero Napoleón Bonaparte, que bastante tuvo de pensador político, advirtió con su típico don profético que podemos detenernos cuando subimos, jamás cuando descendemos. Con Trump los gringos van por la ladera de un barranco. O el Tío Sam se agarra de un bejuco salvador, o muy pronto pasará al tercer lugar en el podio de los gigantes.

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