El 29 de agosto en mi caminata por salud, escuché a lo lejos una orquesta, parecía un bazar, pensé “es la felicidad por la reapertura”, ya empiezan a celebrar la buena nueva, seguí mi camino y los vi, músicos con trompetas, aparatos electrónicos, que iban de puerta en puerta, deleitándonos con su trabajo para que los curiosos asomados a ventanas y balcones, les colaboraran con algo de $, una recompensa a su oficio paralizado por las circunstancias. Quizá, en la recolecta de arduas horas de trabajo, patoneando por horas, los $80 mil recaudados para repartirlos entre sus ocho integrantes a $10 mil c/u, sin descontar el transporte, les devuelva la esperanza que al llegar a casa con $7.000 en sus bolsillos, los espera una familia que no puede alimentarse de notas en un pentagrama lleno de telarañas. Se prenden nuevamente las alarmas y se siente en el ambiente la alegría por volver a las calles a retomar la rutina, no una nueva vida puesto que el ser humano sigue condenado a las carreras del tiempo, un tiempo atemporal de incertidumbres antes y después de la ceguera por esclavizarnos a la necesidad de camellar sin tregua, para conseguir el sustento. No soy quién, para pronosticar huracanes, senderos apacibles o paraísos terrenales, sin embargo, puedo llamar a la mesura, a la cordura y a las buenas prácticas puesto que las puertas se abren, pero el “bicho” no ha muerto, sigue al acecho y mata. Los seres humanos tenemos memoria de necesidad. El desorden, la falta de autoevaluación y autocontrol, nos empuja a ser autómatas de la vida. Se requiere: organización, compromiso, gobernanza, responsabilidad concertada entre funcionarios y ciudadanía, todo debe ir de la mano para lograr un buen cuido y así sentir, ver y saber que Cartagena seguirá en su lucha por encontrar un equilibrio social, unas mejores oportunidades, fuentes de trabajo, progreso y avances en el desarrollo de los proyectos que están cantados y deben arrancar. Nada vuelve a cambiar si no hay voluntad de cambio, volver a las calles después de la abstinencia general a una realidad cruda donde debe reactivarse todo, es un empezar difícil, a pesar de este replantearse diario de muchos y lo que algunos dicen que enseñó el COVID-19, genera resquemor. Abrir las puertas después de la opresión genera pautas y cuidados. Esperemos progreso y no decesos. Esperemos orden y no lamentos. Reconocernos vulnerables ante el encierro obligado y preventivo es la alerta de cuidarnos para cuidar al otro ahora que se autoriza la salida. La irresponsabilidad puede generarnos desgracias y eso no lo queremos para nadie más. La transformación se verá si somos capaces de darle prioridad a lo esencial.
*Escritora.
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