Columna


Médicos de carne y sueños

HENRY VERGARA SAGBINI

21 de junio de 2021 12:00 AM

Cuando José María Carballo Gracia, destacado patólogo y docente universitario, promediaba sus estudios de posgrado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena, decidió concederse una pausa y, junto a Carmen Osorio Capella, su compañera del largo camino, ingresaron a la taberna ‘La Quemada’, mientras la guitarra embrujada de Sofronín Martínez acompañaba las estrofas inolvidables de ‘¡Hola Soledad!’.

‘La Quemada’, palacio de la bohemia cartagenera, era frecuentada por los gallos finos de la política y las artes de todo el planeta, por lo que no era extraño que, el intérprete invitado aquella noche fuera nada menos que Rolando La Serie, y corrieron buscando puesto junto a la tarima: “¡Hola Soledad! no me extraña tu presencia, casi siempre estás conmigo, te saluda un viejo amigo, este encuentro es uno más....” Pero creyeron deleitarse con el jacarandoso músico cubano y encontraron al doctor Olegario Barboza Avendaño, jefe del Departamento de Patología.

Este ‘médico de carne y sueños’ –Calamar (Bolívar), marzo 6 de 1929 - Cartagena de Indias, julio 29 de 1984– fue un personaje polifacético, fiel al legado de sus mentores, quienes aconsejaban cultivar la mente y el espíritu porque “el que solo de medicina sabe, ni de medicina sabe”, y Barboza Avendaño siguió aquel consejo al pie de la letra: utilizaba el mismo rigor examinando biopsias que para convertirse en bolerista.

Con idéntico frenesí que estimulaba a sus discípulos, soltaba piropos floridos a una minifalda, refería historias inverosímiles de Joaquín Lucio, peluquero insigne de su pueblo; o se jalaba vehementes discursos en el Concejo de Cartagena o en la Cámara de Representantes.

Sus alumnos lo recuerdan como se añora a un padre, destacando su calidad humana puesta a prueba durante los años febriles del movimiento estudiantil (1970-1971).

En ese entonces ocupaba la decanatura de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena y, al extinguirse la trifulca diaria, visitaba los cuarteles gestionando, silenciosamente, la libertad de los indeclinables líderes estudiantiles, entre ellos Amín Ariza y Óscar Carmona, con quienes tuvo profundas diferencias ideológicas, lo cual no impidió tratarlos con el más profundo respeto: “Muchachos: ¡jamás permitan que se marchiten sus alas”.

El 29 de julio de 1984, a los 55 años, su corazón estalló en mil pedazos, pero los viudos de ‘La Quemada’ aún escuchan su voz, gemela a la de Rolando La Serie, impregnada a sus paredes ruinosas, así como el retumbar del último brindis cuando abandonó la política incapaz de pronunciar mentiras.

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