Columna


Memoria colectiva

PABLO ABITBOL

13 de enero de 2017 12:00 AM

La memoria es una facultad esencial. Ella nos permite saber quiénes somos, entender de dónde venimos, comprender en qué lugar estamos y decidir hacia dónde vamos. Es la fuente de nuestra identidad personal, nos permite navegar el presente y planear el futuro.

Solo podemos aprender si tenemos buena memoria. Cuando enfrentamos problemas y tenemos que tomar decisiones, activamos nuestra memoria para recordar situaciones similares vividas. La memoria nos permite recrear en la mente las acciones que nos dieron buenos o malos resultados, para no repetir los errores y crear soluciones innovadoras en un mundo cambiante.

Pero la memoria no habita de manera aislada en cada mente humana. Nuestra especie ha aprendido, durante millones de años de evolución, a distribuir la información en redes de almacenamiento y procesamiento de datos que articulan un complejo ensamblaje de relatos orales, visuales y escritos, ornamentos, canciones, poemas, fábulas, conmemoraciones, convenciones, valores morales, códigos éticos, normas sociales y de etiqueta, leyes, rituales, festivales, mitos y tabúes.

Las maravillosamente diversas culturas humanas, variaciones locales de temas universales, portan conocimientos útiles a los que todo individuo o grupo de personas se puede conectar, como si fueran memorias externas alojadas en nubes virtuales y adaptadas a cada contexto histórico particular.

Pero nuestra mente muchas veces nos engaña, confundiendo la imaginación con el recuerdo, recreando un pasado más afín con nuestros intereses, identidades o deseos que con lo que en realidad aconteció, olvidando intencionalmente o sucumbiendo a la amnesia.

Y tal como ocurre con la memoria individual, la memoria colectiva tampoco es infalible. La memoria colectiva, como toda construcción social, es moldeada por las mismas fuerzas accidentales, psicológicas, sociales, económicas y, sobre todo, políticas, que tejen los hilos de la historia.

Un recuerdo colectivo puede ser fácilmente una falsa memoria, y ésta puede incluso estar muy arraigada en una población por cuenta de intereses políticos, dogmas, sesgos o prejuicios.

Los procesos de construcción y difusión de la memoria histórica de una comunidad deben basarse en el rigor académico, la transparencia y la pluralidad de voces y visiones, para que puedan contribuir a formar una memoria colectiva que le permita a la sociedad aprender de su pasado, dejar de cometer errores recurrentes y tomar mejores decisiones públicas.

 

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