Columna


Mi compadre Obregón

Después de la película seguimos con Alejandro mi educación Caribe, me llevó a la ciudad de Barranquilla, donde conocí a su amigo el Nene Cepeda y a Germán Vargas.

SALVO BASILE

10 de junio de 2020 12:00 AM

“¡Obregón! Coño, qué buen nombre para un pintor”, le dijo Picasso en un antro de mala muerte en París en 1954. Y don Pablo fue uno de los influencers de la pintura de Alejandro Obregón, uno de los pintores colombianos más importantes del siglo según Marta Traba, la más respetada crítica de arte latinoamericana que lo descubrió y lo ensalzo.

“Su gran libertad, las audacias naturales de su color, su instinto infalible lo separan de academias o disciplinas preconcebidas. Obregón ha creado un prodigo y exuberante mundo de símbolos de formas imaginarias”.

Me tocó la suerte de conocer de cerca al maestro, primero como actor y después como el gran pintor que fue.

Cuando en los finales de los sesenta llegamos a Cartagena de Indias para filmar la película Quemada, protagonizada por el grandísimo Marlon Brando, el director nominado al Oscar, Gillo Pontecorvo estaba siempre en la búsqueda de caras especiales y cuando vio la cara de pirata celta de Alejandro, con sus ojos de un azul marino y sus bigotones y patillas, enseguida lo escogió para el papel de un general de las artillerías de su majestad, que tenía una escena importante con Marlon Brando y naturalmente me tocó como asistente de dirección, entrenarlo.

Y nació una amistad que duró hasta sus últimos días que con el tiempo se volvió algo más importante, ya que el maestro bautizó a mi primer hijo llamado Alessandro en su honor.

Después de la película seguimos con Alejandro mi educación Caribe, me llevó a la ciudad de Barranquilla, donde conocí a su amigo el Nene Cepeda y Germán Vargas y otros de la Cueva, me tocaron varias rumbas en unos burdeles del Barrio Abajo, donde se pagaba la cuenta con los pincelazos del maestro, me presentó a Gabito, que fue el regalo más grande.

Además, me cambió la vida cuando decidió que yo tenía que ir a la ciudad de Bogotá a conocer a uno de sus grandes amigos, el director del periódico El Tiempo, don Hernando Santos, quien con una sola llamada me consiguió un empleo de director de cine, radio y televisión en la mejor agencia de publicidad del país, la mítica Leo Burnett.

Me abrió entonces las puertas a la Bogotá cultural y generosa de hace 50 años, cuando era una ciudad agradable con superada arquitectura y antes de la invasión de la tortugas mecánicas, los carros particulares que han invadido no solo el espacio público sino el espacio vital de sus ciudadanos.

La frase de Gabito nos da la medida del gran pintor que fue Alejandro Obregón: “Alejo no pinta para vivir ni vive para pintar, él vive solo cuando está pintando.

El 2020 fue declarado como el Año del Centenario del artista Alejandro Obregón.

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