Colombia es uno de los países, ¿país? (amontonamiento de diferencias) que ganaría el concurso mundial de máscaras. Somos expertos en astucias baratas, retóricas altisonantes y de bajo cuño. Usamos un rosario de palabras gastadas para vestir el odio, la venganza, intereses de pacotilla, ineptitudes acomodadas.
Quizá el diseño y los conceptos del proceso de conversaciones para ponerle punto al conflicto armado de 50 años, sea motivo de orgullo para los colombianos que queremos la paz, no como negocio, sí como forma de vida que merecemos con creces a pesar del castigo ganado por torpezas y ambiciones de crisocal de los avivatos, su elegante gesto de ladrones impunes.
Nunca antes habíamos visto reunido el expediente de intelectuales aplicados, se esté o no de acuerdo con sus teorías, analizado con respeto y rigor.
Tampoco la prueba de fuego de sentimientos de dolor depuestos para darle una oportunidad a la felicidad.
Los colombianos tenemos motivos de insatisfacción. Los criminales porque no lograron su delito perfecto. Los trabajadores esforzados porque ven despreciada su voluntad de progreso y participación. Pero esta vez el ideal virtuoso aparece claro y con derecho a levantar la voz, a decir su canto.
Ello nos obliga a ser desnudos en el análisis y valientes en mostrar la verdad sin temor a molestar. Llegó la hora de rechazar el ridículo, nuestra máscara preferida. La mentira, nuestro argumento saltarín.
Si el número de colombianos que contó la autoridad electoral volvió el voto en un elemento único del programa que ofrecían los candidatos y respaldó la paz como se viene tejiendo, con esfuerzo, inteligencia, transparencia, tenemos el derecho completo a exigir seriedad, no los berrinches de uno o de otro, el temor, esta larga historia nuestra buscando equilibrios imposibles que inclinan la balanza a favor de los de siempre. Los contratistas de honores de prostíbulo. No.
A quién se le puede ocurrir que un general, estratega de la guerra, salga en traje de playa a navegar por ríos en zona de guerra como cazador de mariposas. Suficiente para que como dice mi amiga Adrienne Samos, lo zampen al calabozo. ¿Y qué esperaban? Que los del otro ejército lo invitarán a comer.
Ni qué decir que un senador, por razones que sobran, en lugar de contarle al Presidente lo que ocurría, decide poner su emisora particular y vociferar algo que ridiculiza al ejército de Bolívar. Consejo de guerra para los implicados.
Adelante con las conversaciones. A Colombia le llegó la hora de asumir sus verdades. Y si no, como hace años, que a los de la paz nos anexen al mar Caribe.
*Escritor
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