Cuando llevé a Silvana Mangano, esposa de Dino de Laurentiis, a visitar el campamento donde teníamos alojados los 150 indios arahuacos koguis y malayos de la Sierra Nevada, que participaban en el rodaje de la superproducción Los Dos Misioneros con Bud Spencer y Terence Hill, “la bella Signora” se conmovió tanto y le preguntó al mamo, el arahuaco Mario Fernando Niño Solís, cuál era la necesidad más apremiante que ella podía resolver con su generosidad.
El jefe le contó de la necesidad de una estación de posta en el pueblito de Mingueo en La Guajira, donde ellos llegaban cuando bajaban de sus pueblos en la Sierra y no tenían donde quedarse y tenían que alojarse en casas de blancos que se aprovechaban de ellos, y eran muchas las veces que amanecían borrachos durmiendo en la calle.
La Signora inmediatamente ordenó a Alfredo de Laurentiis, director general de producción, conseguir un lote en Mingueo y construir un tambo donde llegarían las caravanas que bajaban de las cuchillas, naturalmente Don Alfredo me encargó de conseguir el lote y de organizar la Minga para la construcción del tambo.
La Minga es una organización comunitaria que tienen los indios cuando uno de la tribu tiene necesidad de hacer un trabajo importante, sin dinero para contratarlo. En este momento toda la comunidad, incluidos mujeres y niños, se transfieren adonde se necesita el trabajo y con la ayuda de todos cumplen el objetivo.
Llegando a Mingueo, acompañado por una delegación del pueblo de la cuchilla de San Antonio, enseguida encontramos la tierra que nos serviría, naturalmente encargué al mamo Kogui de apellido Gil que tenía fama en la comunidad de ser un gran negociador. El precio fue bueno y estaba en la suma que la producción había aportado para la compra.
Con la ayuda del director de arte de la película, diseñamos un tambo con doble habitación para hombres y mujeres, una letrina común, y afuera unos establos para las recuas de mulas que ellos usaban como transporte de carga.
Así compramos 40 bultos de palma amarga, unas estacas de mangle rojo, que todavía no estaba prohibido, caña lata para las paredes de barro, y palos de matarratón para las verjas.
Y comenzamos la tarea, una atmósfera maravillosa de cooperación de expertos, de buena voluntad, y de eficiencia, y una atención por parte de las mujeres que cocinaban los tres golpes y los niños y jóvenes servían de aguateros.
Y unas noches de reunión cuando los viejos contaban los mitos y leyendas que eran una gratificación por el duro trabajo.
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