Cuando digo que tengo ochenta años mi mujer me regaña porque dice que me encanta exagerar con mi edad, en realidad tengo 79 y medio pero de verdad me enorgullezco de mis ochenta.
Soy el único Basile de mi historia familiar que ha llegado a semejante altura. Los Basile somos del sur de Italia, hay ramas sicilianas calabresas napolitanas y la mía que es ahora colombiana. Mas no voy a hablar de genealogía, les voy a relatar el impacto de los ochenta con la super civilización en cuatro ruedas, cibernética informática digitalizada.
Estoy en Miami en una campaña de las guerras del hambre para conseguir fondos para el Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Cartagena y la fundación Corazón Contento, la meta es un tanto espectacular más no imposible, son 10.000 kilos de arroz.
Con 1 dólar se compra kilo y medio de arroz. Pero tampoco les voy a hablar de beneficencia, el tema es el choque generacional de una civilización que viaja a 60 millas por hora en la tierra y a enes terabytes en la nube, y un señor de 80 familiarizado con el internet pero a niveles humanos.
Siempre que viajo a los Estados Unidos alquilo un convertible, esta vez me tocó una preciosura roja con un motor rugiente y una línea aerodinámica casi erótica, un Ford Mustang, un clásico pensé yo.
La mala suerte hizo que la entrega fuera de noche y a la brava. Una niña muy eficiente llenó los papeles, chequeó mi pase colombiano y me entregó un memito con el número 31, en otros tiempos yo habría admirado y subrayado este desprendimiento pero ahora me pareció de locos que le entregaran a uno semejante máquina sin darle un mínimo de instrucciones, y más loco el garaje donde había parqueo para doscientos carros mínimo; casi en la oscuridad típica de una locación para un género de film de acción noire.
En el 31 veo esta belleza, abro y voy por la llaves pero no hay, ahora es una panela control remoto que abre, cierra, bloquea y vuelve el arranque una empresa. No se cómo logramos abrir el baúl donde cabe una sola maleta.
Entramos y me encuentro frente a una miríada de botoncitos, lucecitas levecitas, más manómetros que un Jumbo y sin hueco para la bendita llave, pero ¿cuál llave?, esto sí ya es obsoleto, ahora son tarjetas de reconocimiento hasta por la pupila, caray.
Como fuera arrancamos acompañados por la voz cortés pero autoritaria del GPS incorporado. Que Dios nos lleve de su santa mano, recé.
Entonces llegamos ayudados por autopistas de ocho carriles en una sola onda verde de semáforos todos sincronizados. ¿El progreso ve?
Comentarios ()